lunes, 27 de abril de 2020

Antología de Truncado



ANTOLOGIA DE ESCRITORES TRUNCADENSES (Agosto de 2015)



 ANGELICA SANCHEZ

  El   ángel 

La ruta nacional  estaba muy transitada  ese día  .El  joven esperaba al costado del carril haciendo auto stop. Tenía la cabeza rapada  y vestía con la ropa demasiado grande ,como queriendo ocultar  el verdadero tamaño de su anatomía 

----Vas a Caleta - le pregunte   dubitativamente, a lo que me respondió con un gesto apenas imperceptible con el mentón hacia arriba que si.
Viajamos juntos en  la caja de  una camioneta .,Observe que no llevaba equipaje  y que de la nada  había extraído un  tablero de ajedrez  con las piezas encastradas  me invitaba a jugar  con la mirada, le respondí, que  no y al levantar la vista pude observar que  la camioneta volaba sobre la cinta asfáltica. Poco después    ,la nada ,luces ,sobras ,voces, la sensación que me atravesaban  y finalmente  alguien que me elevaba tomándome por debajo de las axilas .Entonces  lo reconocí y pude ver sus enormes alas desplegadas sobre de mi cabeza, su rostro aniñado  poseían   una belleza   agreste  pero lo compensaba   su voz  que me decían  con
una dulzura desconocida  --Soy tu ángel  protector –
Mas tarde  un olor penetrante  de comida   me devolvió a la realidad ,yacía en una cama de hospital  y con asombro escuche  que la palabra   lacónica de una enfermera  me informaba de lo siguiente – Se salvo de milagro he ,los otros  fallecieron y eso que UD  en la caja  del rodado –
Dijo  con énfasis ,mientras me tomaba la presión .
--Y el muchacho ‘’que venia conmigo
Perdon  debe estar  traumada todavía por que ud venia sola,absolutamente sola –repuso con sierto énfasis .-retirandose de la sala .
A los dos dias Sali  y regrese a la ruta  para ver si lo volvia a encontrar
Y desde entonces  cada ves  que  retorno al lugar lo recuerdo ,y me investigo donde donde estara mi angel protector




EL ANGEL  CAIDO
HOY ME ENTERE  NO POR LOS DIARIOS
QUE ME ESTAS MIRANDO  DE ARRIBA
Y QUE ESTAS DE LA CRUZ DEL SUR AL COSTADO
SE QUE NO ALCANZARON  LOS RUEGOS
NI LOS LLANTOS DESESPERADOS
ERAS EL ETERNO NAUFRAGO
A UN VASO AFERRADO
TENIAS LA SED DESCOMUNAL
DE UNA MANADA DE DINOSAURIOS
CUANTAS  VECES TE VI PASAR
TACITURNO Y LEJANO
BAJO EL SILENCIO DE LA NOCHE
Y SUS LABERINTICOS  TUNELES
DE
,DELIRANTES, Y ABANDONADDOS
ME DOLERA ACOSTUMBRARME }
A NO VER TU  ANDAR DE  BAILARIN EN FALSO
CUANTOS FUIMOS
LOS QUE  REALMENTE
QUISIMOS EVITAR TU PARTIDA

Y   NO OISTES EL LLAMADO ‘’’
‘FUIMOS TESTIGOS MUDOS
DE TU DOLOR  QUE PEDIA UNOS BRAZOS
QUE TE CONTUBIERAN QUE TE HAGAN SERTIR
ESE CALOR QUE  ANDABAS BUSCANDO
YA NO ESTARAS  NI EN LAS FIESTAS DEL PUEBLO
 NI EN LOS CLASICOS ACTOS ,
TAMPOCO EN LAS CARABANAS  DE RIVER
NI EN LOS CUMPLEAÑOS
DONDE NI SIQUIERA TE HABIAN INVITADO
NI EN LAS IGLESIAS DE TODO TIPO
NI EN LOS HOSPITALES  DEJADO‘
O EN ALGUNA CELDA DE COMISARIA  INCOMUNICADO
COMO ESOS PERROS VAGABUNDOS
QUE VAN Y VIENEN  DESARFORTUNADOS
PERO  FUISTE EL BORRACHO
QUE TIENE SU PEQUEÑA HISTORIA
QUE  EL DESTINO LE TORCIO LA MANO
HUBIERAS SIDO JUGADOR DE FUTBOL Y DE LOS BUENOS
SEGÚN ME LO HAN COMENTADO
ES POR ESO QUE DIGO
QUE  TE HUBIERA  GUSTADO
SALIR EN LOS GRANDES TITULARES
DE LOS DIARIOOS
Y NO EN EL CHUSMERIO COMUN
DE  LAS VIEJAS DE BARRIO
FUISTERS EL BORRACHO CON FAMA
AL QUE TODOS RECORDARAN
EN ALGUNA ANEGDOTA  DE ASADO
QUIERO QUE SEPAS
QUE YO TE QUISE
Y MUCHOS TE QUISIERON
AUNQUE  HOY SEA TARDE
PARA RECORDARLO
NO ESTUBE EN TU SEPELIO
POR QUE SE QUE AHORAS ESTAS
MIRANDOME  DE ARRIBA
DE LA CRUZ DEL SUR AL COSTADO



A LA MEMORIA DE LUIS PALLALEF
CONOCIDO POR TODOS POR COCHI
AZUL

El bailarín

Emerge entre el vapor y las luces    vagamente  herido  por las sombras ,luego toma vida  y la música lo posee  penetrante   y esquivo  y desde sus  botas   nacen y mueren todas las mudanzas salamanqueras  que hace que enmudezcan todas las bocas .Vibrando  al compás de los bombos legueros .Tu esbeltez  como un breve torbellino    un  leve estremecimiento sensual hace que el alma  quede flotando .en el delirio de  una  rebuscada chacarera  a cada instante  gira  se recoge,se aprieta  se paraliza ,extiende sus manos  apenas   toma a su compañera  y en un instante ambos se funden en  un mismo latido y abrazados en una estampa momentánea ,mirándose  largamente   después  fijamente  erguidos    cual un
remolino de viento entre las hojarascas
se deslizan  soltando sus pañuelos  para luego aquietarse en un mismo suspiro y caer eternizados donde va madurando el aplauso infinito del publico  enardecido .Yo pude verlos y doy fe que son  de esta tierra,
EL BOMBISTA  dedicado a jerónimo
El leonero
El  reloj o


 YEGUA NEGRA( a la memoria de un  domador de  caballos )

Siempre que lo observaba podía ver su cabellera alborotada y rebelde lo que le daba un cierto dejo de desprolijidad a su cabeza majestuosa .
Poseía una mirada inquisidora aunque  en ocasiones las lagartijas de sus ojos se aquietaban de a ratos Talla extraordinaria la suya  le permitía abusar de una fuerza realmente formidable .
Lograba sostener sobre su espalda  un potranco  un par de segundos .Era tan alto y delgado  que parecía un álamo tapando la luna.Yegua Negra lo apodaban  y su  nombre y apellido real eran  Juan Ruiz pero casi nadie  lo  recordaba .El se sonreía de costado cuando el patrón decía -        Todos  estos  los  amanso yegua  Negra --
-No gringo -Le reprochaba con voz firme
-El malacara y el pazuco –le mencionaba, con un gesto brusco -vinieron de otras tierras .Son caballos de indio, acaso no vistes que están orejanos?
¿-Preguntaba con cierta impaciencia y su expresión se volvía por un instante acogedora ,luego recuperaba su fierezas iniciar su actividad  de rutina
Tomaba el lazo en sus manos con la destreza con la que  un músico  agarra  su instrumento , para afinarlo .,  lanzándolo con precisión  sobre el bagual  con la  certeza del que sabe que no va a fallar ,entre la yapa y la argolla .este se cerraba    , poderoso    dejando  al  yeguarizo  en el suelo  ,temblando.
También  podía oír el incesante tintinear de sus espuelas desde el alba hasta muy entrada  la oración , de vez en cuando  tomaba la tabaquera   y armaba  un pucho para fumarlo con una  pasmosa  impaciencia .Agarraba  a los chucaros uno por uno y   comenzaba suavemente a masajearlos para  quitarle los cosquilleos típicos de los redomones , les hablaba , , en un  tono de voz  grave y les silbaba  siempre la misma canción
Porque consideraba que  entendían  y  decía que en este punto   necesitaba la confianza  plena de  ellos .Era disciplinado  a la hora de  juntar las sogas  y arrimarlas al palenque donde arrojaba  su recado  y se tiraba a dormitar  con el rostro cubierto por  el chambergo .Sus perros  impasibles ,lo observaban sospechando que  fingía perder los sentidos ,cuando en realidad su oído era atento como el de un zorro trampeado .De pronto ,al comenzar la primavera, preparaba sus pilcheros livianos  y partía con rumbo desconocido  y era deglutido por   el horizonte  hasta  que retornara  en la  siguiente temporada.
Pero  no  volvió como   esperábamos y desde entonces  es que  en cada  atardecer mis viejos caballos salvajes  alzan sus orejas en señal de que escuchan  sus  latidos  entre los matorrales sombríos. Por donde andarás Yegua Negra con tus  caballos desbocados crinas al viento  devorando distancias .

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 NANCY PAREDES


 LA INTRUSA


Mayo. Mañana lluviosa. Deprimente. Rutinaria. Mañana de invierno. Ya el día venía mal, fue cuando comenzó el principio del fin.  Habiendo terminado con mis tareas me preparé con toda tranquilidad, para disfrutar el atardecer con una jugosa novela de García Márquez. Cuando llegó ella a transformarme la vida.
Venia del brazo de mi marido, al principio puse el grito en el cielo, luego más calmada, escuche razones. Analicé los pro y los contra y finalmente accedí, uniéndome a los demás.
Dicen que escoba nueva barre bien, ella no era la excepción. Me ayudaba en casa porque de alguna forma alivianaba mis tareas. Distraía a mi esposo, en esos momentos en que se ponía insoportablemente mimoso. Justo cuando yo tenía mil cosas para hacer y de alguna manera me libraba del asedio de los chicos cuando más lo necesitaba. Hasta ahí todo bien pero…..siempre hay un pero rondando. Comenzamos a pelear por ella.
Creo que allí fue que se le encendió la lamparita, puedo asegurar que ese fue el preciso momento en que comenzó todo. Allí se juro adueñarse de nosotros. No había rincón de la casa que ella no llenara, hasta tenia un lugar en la mesa, es más ya ni siquiera en nuestro dormitorio podíamos tener intimidad.
Llegué a sentirme innecesaria en mi propio hogar. Hasta me robó los tan esperados domingos para estar con mi familia. Ella era mejor en todo. Era insuperable. Cubría todos los ramos.
No soy un chef, tampoco soy mala cocinera pero ella era mejor, sabia platos con poco dinero, que no comes ni en el mejor restaurante.
Siempre me las arregle para confeccionarme algún que otro modelito. Ella hacia alta costura con tela para cortina. No soy electricista, albañil o carpintera pero nunca dejo pasar un desperfecto si está en la medida de mis posibilidades arreglarlo. Ella sin esfuerzo y con nuevos métodos convierte una escalera en una mesa.
No soy la mejor amante del mundo pero hasta ahora no tuve quejas, ella se sabía el Kama Sutra de pe a pa. En fin, lo que dije. In-su-pe-ra-ble. Sin exagerar. Comencé a odiarla tanto pero tanto que cuando estábamos a solas la ignoraba por completo. Nadie se dio cuenta hasta que punto llegaba nuestra rivalidad, simplemente porque a mi nadie me tomaba en cuenta.
El problema radicaba en que ella me llevaba mucha ventaja, tenia que ser, lejos, más astuta.
Entonces después de pensarlo bien, me decidí. Comencé a planearlo todo, paso por paso. Sin descuidar ningún detalle. Tenía que ser a solas, sin testigos y  sobretodo sin causarle daño a ningún inocente.
Me gustó el viernes, era el día perfecto. Mi esposo ese día, practicaba fútbol, en cuanto a los chicos seria fácil convencerlos de un fin de semana con sus abuelos y una lluvia de golosinas. Llegó el día tan deseado por mí, los nervios me estaban matando. Así que, una vez que estuvimos a solas comencé a llevar a cabo mi plan, sin ninguna clase de remordimientos.
Por si surgía algún inconveniente, lo hice temprano. No quería que nadie estropeara la única oportunidad que tenia de recuperar a mi familia.
La encerré en una caja, después de silenciarla, recuperé el aliento y esperé en silencio a que llamara mi cómplice.
Estaba expectante, con la mirada perdida, pensando en como justificar su ausencia, cuando tocaron el timbre.Abro la puerta con toda la intención de reclamar la tardanza….Y casi caigo de espaldas, allí parado, portafolio en mano, estaba mi esposo, murmurando no se que cosa. Cuando se da cuenta de lo que estoy haciendo, me pregunta -¿Qué estas haciendo con la tele? ¿Te volviste loca?!!
Punto. Fin de la historia. Ahora estoy disfrutando de “La casa de los espíritus”, una película que si la leo, hubiese tardado por lo menos dos semanas en terminar de leer.
FIN

CAMBIO DE VIDA


Martina era una pajarita feliz. Vivía en un hogar donde todos la adoraban. Incluido Mauricio, el gato siamés de Rodolfo, el nene menor de la casa. Mauricio  estaba tan bien aprovisionado que, al menos hasta ese entonces, no le habían aflorado sus instintos de cazador. Por lo tanto, no le llamaba la atención el tener una posible presa a la mano, o mejor dicho, a la garra.
A mediados de marzo hubo cajas, embalajes y movimientos de traslado. La familia se mudaba a una casaquinta en una zona rural y ella, por supuesto, era la primera sobre el camión de mudanza.
Algunos en la familia se quejaban. Otros decían que ahora iban a tener un verdadero cambio de vida. Martina no recordaba haber vivido de otra manera, así que no tenía nada que reclamar.
Era verano, toda la familia disfrutaba de la naturaleza, se extasiaban con el paisaje y el aire puro. Martina desde su jaula observaba todo sorprendida y hasta un poco asustada porque para ella también todo era novedad.
El clima los favorecía de tal manera, que la familia comenzó a dejar la jaula bajo una galería en el jardín trasero de la casa, sin ninguna preocupación.
Cada día, al amanecer, Martina oía trinos y gorjeos próximos a ella, pero aunque buscaba a su alrededor no veía ninguna otra jaula cerca.                                                                                                                                                              Una mañana mientras se distraía con el trajinar de la familia, la sorprendió  ver a un pajarito que con un gran desparpajo se comía todo su alpiste y entre cada bocado la miraba como al descuido. Sació su sed y para su sorpresa batió las alas y voló al árbol junto a la ventana del living.
Esa noche no pudo pegar un ojo, cada vez que los cerraba lo veía y no cesaba de preguntarse si sus alas también servían para volar. Durante un tiempo no lo volvió a ver.
Una mañana que estaba esperando que le saquen la funda sintió que picoteaba la tela hasta correrla. Era él, volvió a saciar su hambre, su sed y se fue. Cuando lo vio volar, sus alas, casi por inercia, se abrieron y lo siguió, pero rebotó contra los barrotes, dejando el piso de la jaula cubierto de plumas blancas.
Por primera vez en su vida se sintió presa e infeliz.                                                                             
Aquel domingo se despertó un tanto extraña, cuando levantaron la funda que la cubría, no hizo lo de siempre. No saludo a la familia con un armonioso trino, ni bebió agua ni comió alpiste.
Ese día no tuvo ganas de hacer nada de eso, sus patas se aferraron a la hamaca que la mecía día tras día, y se negaron a moverse.
Observaron a Martina y preocupados, la llevaron al veterinario. Está en perfecto estado y quizá solo necesite un compañero-dijo el doctor.- .Aunque la familia le compró uno, su condición no cambió.                                                                                                                           
Julio, así le pusieron, estaba orgulloso de su porte y se pavoneaba frente a Martina sin ningún resultado. Nada lograba que vuelva a ser la de antes.
Su condición empeoró, la arroparon en una caja de zapatos y se turnaban para darle agua, casi a la fuerza.
Después de unos días se incorporo y comió unos granos de alpiste con dificultad. Ahí se dio cuenta que ya no estaba en una jaula.
Era curioso, como ahora, a pesar de no tener rejas igual se sentía enjaulada. Este lugar despertó su verdadera naturaleza. Tenía adormilada la libertad.
Vivir así no es vivir, se dijo Martina, prestándole atención a Mauricio, que la miraba agazapado, entendiendo que también él estaba despierto.
Algo dentro de ella le decía que debía arriesgarse, era ahora o nunca. Usó todas sus fuerzas para batir sus alas, quería sentirse como un verdadero pájaro, aunque sea una vez y la ventana abierta le daba una oportunidad.
Mauricio adivino su intención y se lanzo sobre ella, cuando alzaba vuelo, sus garras alcanzaron a rozarla, pero la madre naturaleza también la había dotado de instinto de supervivencia. Agitó sus alas con desesperación, y milagrosamente logro alcanzar el cielo azul-celeste que la abrazo gustoso.
Mientras se posaba en un árbol cercano, a reponer fuerzas, observo a la familia reunida, una vez más, hipnotizada frente al televisor, ajenos a todo. Evidentemente, la euforia por la naturaleza se les había acabado.
Más calmada y retomando el vuelo, Martina pensó: al final, fui la única que obtuve un verdadero cambio de vida.
                                                           FIN

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 VIVIANA DIAZ

 DULCINEA

Los principales titulares hablaban de ASESINATO IMPREVISTO. El psicólogo Ignacio Quijada había sido hallado sin vida junto al cuerpo de una paciente.
Al principio se guardó su identidad. Luego se la delató escogiendo entre Cristo o Barrabás. No hubo opción: CULPABLE…


Había salido de un cuento. Y se encontraba atada a él. A un hombre, a una historia, al mejor de los hombres y al peor de los hombres.
No recordaba bien algunos hechos. Las aldeanas proferían burlonamente:
-Mijita, estáis equivocada, saliste de una novela. Ja, ja!
La verdad a esta altura el género poco le importaba. Su cabello cetrino la llenaba de angustia. Pasaba horas esperando, cual doncella griega con su peplo. Aquiles o Héctor no llegarían, Paris ni pensarlo, Alfonso Quijana o Quijada se había perdido en algún reino.
A decir bien solo se conformaba con algún Sancho: más loco que el otro, más risueño, menos complicado. El tema es que él también se había perdido en aquel asuntillo de los molinos.
Ella estaba condenada. A ser la  más amada, sin recibir amor. A ser la más deseada, amaneciendo entre sábanas secas. Algunas cartas desvencijadas permanecían en aquel viejo baúl, ansiosas de ser leídas, sedientas de vida.


Se inclinó. El cedro crujió. Sus pies crujieron. Su alma rechinó. Así empezó su día.
A las 9 era la cita. Subió al ascensor. ¿Salía de un edificio o de un castillo? ¿Estaba sola o encinta? ¿Había alguna vez degustado el amor?
 Solo dios y ella lo sabían.
Cruzó la calle. Se miró en el espejo de los vidrios. El rouge era perfecto, la sombra celeste real, el carmín de sus labios, favorecido por la cosmética reinante. Entró. Lo vio. La saludó convencionalmente. Con un beso en la mejilla, a secas. Con su luenga figura. Con su máscara andante. Con su barba descuidada.
Sin saber porqué la llamó: -“Mi dulce señora, mi bella señora”. Ella alzó una ceja, frunció el ceño. Finalmente sonrió.
Lo abrazó. Lo besó. Supuso que todo era parte de la sesión aunque nunca sabría bien porqué.
Le preguntó por el día anterior, por la semana anterior, ¿Hace cuánto realmente no se veían como para escudriñar y dejar todo como parte del pasado?
 Tocó su vientre: un dolor acre, un sabor acre. Un suspiro. Sonido de herrajes, la vela, las cadenas…verse desplazada y enjaulada en medio de la gente. Gritos. Insultos. El tiempo que no pasa. Y ella ahí, sin saber  qué hacer.
Todo de pronto se hizo silencio. Ignacio la llamó, como del más allá.
-Aldonza, alondra o algo así, nunca sabría bien porqué, ni cómo.
Pájaro. Siempre ave entre la gente. Así se  sentía. Entre rama y rama, entre puerto y puerto, sin tener nada definido, para qué, si hacía tiempo que lo había perdido todo…

Chupó sus cabellos. La baba cruel había supurado en media hora, interminable, inalcanzable.
Ella lo llamó. –Héctor, Ignaaa……o Alfonnnn, daba  lo mismo
El volvió a abrazarla. La succión. El beso, El sueño.
Las 12,50 y el ruido de sirenas y cadenas. El inspector. La autopsia. El blanco y el cruel dilema de quien había asesinado a quién. Cadenas y condena sin luz, sin dragones, sin pluma y sin Cervantes. Baba. Solo baba. Cadenas. La burla. La prensa. Como en la vida anterior. Trascendencia. Dolor de espalda y de cabeza. Agujas. y cadenas.
El vestido amarillo en un cesto como hace años, desgarbado.
Asesina, hoy…hechicera en aquel entonces…el soplido en su lóbulo cual susurro imaginario:
-Aldonnnnzaaaaa…te amo.
La confusión. El tormento.

Las llamas abrazaron su cuerpo. Pero esta vez, de fiebre. Sus piernas crujieron sobre la mesa. En el delirio él la escultó, la penetró. La ahogó en su líquido caliente. A lo macho. A lo bestia. No supo de las telas. Del después. De las aldeanas. No amaneció con sol. Perdió el sentido. Las ojeras. Y ahí. Entre el blanco y el chaleco de fuerza. Por decir la verdad. Por no ser tan prestigiosa como él.

CON DE NA DA.
Dos vidas. Dos hombres. Un destino. Un hombre.
La confianza le había jugado una mala pasada. A quién acudir ahora para zafar, no para  comprobar la verdad. No remember. No réquiem. Drogas. Nothing.
Insomne pasó por su cerebro  el versículo: “Solo la verdad nos hará libres…”.
Y dejó de respirar.
                              

CUENTA REGRESIVA

Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno. Cero. Despejar ideas. Recuperarlas. Amontonarlas. Esteban, su amor, su odio, su rencor. Flores amarillas (¿de desprecio?) A veces rojas. Bombones. Caricias. El bar.
Las rejas. Cinco de la tarde. El noticiero, casi un flash: “ Nuevos asaltos perpetrados por piratas del asfalto”. Asesinado, acribillado, Agustín Almeida. Aviso, cadáver y la novela. Espero y no llega. Vibración en mi ser. Horas que pasan. Vacío. Nada.
Metales a las seis. Ropa azul (no de  cielo). Tú sin nombre y con número: 77.777 a las seis de la tarde. Una hora. Y la vida.
La pipa. El interrogatorio de aquel cuadriculado ¿doctor? Yo sin vos y vos sin mí. Palabras. Solo palabras: Pirata. Drogas. Veinte años de cárcel. Y nada.
                           …………………..
Siete años después. Lucas. Su colación. Uniformado. Te visita. Flamante egresado. El viaje. La CIA, las ganas de venganza y la investigación de un hijo resignado a recuperar a su padre.
Revisión de los hechos. Tramo Córdoba- Deseado. Mercedes gris. Vos conduciendo en la carretera. Te arrebatan. Te obligan. Subís al camión. Drogas. Tu auto. Vos. Lucas continúa. Callado. Complotado. Como aquella banda de malhechores, con su banda de justicieros. Un solo objetivo: ganar tu libertad. Abrazarte. Cenar con vos una noche.
Ucraniana la mujer. En español trabado aparece. Es testigo. Te libera. Te re-cu-pe-ran, te deshilvanan. Te devuelven. En cinco minutos, a las cinco de la tarde, con cinco palabras: “Él no fue, lo vi”
     


CAPERUCITA

No  me llames desgraciada. Aquella tarde me dejé comer por el lobo. No era cualquier lobo. Era pequeño, lleno de ideales, poseso de ganas de ser feliz en la vida y al igual que yo, había pertenecido a muchos cuentos, mejor dicho, le habían hecho el cuento más de un par de veces.
No me llames desgraciada por haber sentido su semen caliente emanando de aquel ser dormitante, casi sin vida. Fue rápido, milimétrico, furioso. Lo hice feliz. Y él me hizo feliz a mí. Pero claro como todo lobo, no pudo dejar su papel. Y devoró. Claro que devoró. Qué te pensás. Me devoró el peor de los tesoros: la ilusión de amar.
Lo vi partir llamándome amiga, remera patito, cabello peinado, aerosol en sus axilas. Con su calzoncillo y el jean en el asiento posterior. Con mentiras en sus labios. Con la facilidad de haber aprendido él también a hacer el cuento.
Y en el cruce de historias cada cual consumió su venganza. Como todas las venganzas. Las que nunca debieran ser pero son.
El fue aquella tarde, el devorador permitido. Yo fui, la mejor de las caperuzas, por la osadía. A vos, a vos no te quedaba otro papel: celoso, para recobrar la presa, volviste a mis brazos dando final a lo rojo y sellando lo pasional de esta historia, que ya lleva siglos.
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 BLANCA ALEGRE

 Heterónoma

Hoy como muchas mañanas,  me levante de mal humor. Chinchuda,  dice mi mamá. Pero lo que no me gusta es ir al jardín a la mañana, más ahora que es invierno, la casa parece una heladera y afuera en los techos de los autos se ve la escarcha. Hasta el pasto brilla, como si fueran figuritas con brillantina. Más frio te da cuando ves la escarcha.  Todo porque no hay vacantes y por no tener una tía directora, como Rosario. A ella sí le consiguió vacante a la tarde.
Lo bueno es que es el cumpleaños de Ángel y seguro que lleva una torta,  que es una cancha de fútbol porque es lo que más le gusta. Abajo del guardapolvo lleva la camiseta de boca que le regalaron hace poco. Angelito -le dicen mis compañeros-, pero de angelito no tiene nada, pelea por todo, no le hace caso a la seño y una vez hasta se escapó de la salita. Cuando le conté a papá lo de la camiseta, me dijo: “es un bostero, fanático, como todos los bosteros” y si quería que me compre la gloriosa, que es la de River y que yo no la quiero, porque una nena con esa camiseta ¿Qué parece? Una machona.
Mamá dice que el pobre papá no tiene hijo varón y que lo deje que me la compre, que con jean y zapatillas, para andar en bici, estar en la casa o cuando vamos a verlo jugar, me queda lindo.
Estoy terminando de tomar la leche y mamá está enojada, porque no  me puse las zapatillas y no  encuentra la  otra y encima me manche la remera por agarrar mal la taza y ahora me la voy a tener que cambiar. -Que dejo todo tirado, igual que mi padre-, dice, y que soy cochina, que no aprendo a comer como una señorita. ¡Como grita mi mamá! ¿Será sorda? No, seguro que está muy nerviosa.
Mi abuela Marina que todo lo sabe explicar, me dijo que mamá esta estresada, que es cuando por tanto pensar, la cabeza te está a punto de explotar y el cuerpo se te cansa. Dice que las cosas de la casa, los trabajos prácticos de la universidad y mi papi que la hace renegar y yo, es mucho para ella, la pobre. Y que mejor yo termine la universidad antes de ponerme a tener hijos y que elija bien a mi marido porque una vez que elegís, no podés cambiarlo. Que mejor es disfrutar hasta que tengas los treinta años.
Cuando yo tenga treinta voy a tener mi casa y voy a hacer lo que quiera, y voy a estar descalza y sin peinarme. Quiero tener una cama grande, comer acostada mirando la tele. Voy a dejar entrar a mi casa al que yo quiera, no como mi mamá que la deja entrar a la tía Claudia -que es una tonta-, dice ella. Que se cree no se que, por qué el tío  trabaja en el petróleo y gana mucha, pero mucha plata. Tienen un auto nuevo de esos que son largos como los de las revistas de mi papá, el plasma gigante que se ve como en el cine y unos sillones grandotes, que estas re cómoda cuando te sentás. Encima que la trae a Lucia, que siempre se peina y todos le dicen que es linda, pero tan linda no es. Todos me dicen que aprenda, que buena que es y que obediente. Pero tan buena no es porque el celular con jueguitos y música que tiene no lo comparte. Ni un rato me lo presta. Para el cumpleaños, en el pelotero, solo jugaba con las de su colegio -que es privado-, dice. Y a mí no me elegía nunca parara el karaoke. Por suerte que mi mamá le dijo y una canción me dejó.
Sigue gritando mi mamá y ahora viene la Tráfic y me voy al jardín. Yo también debo estar estresada como mi mamá, porque la cabeza parece que me va a explotar y tengo ganas de gritar para que se me salga lo que me aprieta en la garganta. No me aguanto a mi mamá gritando.
Lo que tampoco me aguanto es a mi papá que no está nunca y que cuando viene me habla como a chiquitita, me da besos y abrazos; y yo ya soy grande. Peor cuando me lleva al partido y los amigos me pellizcan los cachetes y tienen olor a la crema que se ponen para los calambres, que dice mi abuela que también se la ponen a los caballos. Y los compañeros de papi, se gritan dale no seas caballo, bestia y otras cosas que una nena de mi edad no puede repetir. Lo malo que papá se queda mucho rato tomando cerveza y después está cansado para ir a la plaza, dice “ya jugaste”, entonces nos vamos a casa o a la casa de su mamá, que es mi abuela, que nos hace algo rico de comer, para que mamá no tenga que cocinar. Se ríen cuando dicen eso y otras cosas de mami, pero no entiendo por qué Igual cada vez que mi papá juega al futbol mi mamá se enoja, si toma cerveza más todavía se enoja y si vamos a lo de la abuela (la mamá de mi papá) se pone furiosa y a veces llora y grita cosas que yo no escucho porque me pongo a ver los dibujos en su cama, con el volumen alto. A veces viene y me abraza fuerte y llora y yo no escucho lo que dice Bob esponja, le acaricio el pelo, pero no se le pasa. Más, si mi papá en vez se dormir un rato en el sillón o en mi cama, hasta que se le pase un poco y le diga: -“gordito vení a dormir, no quiero pelear más”,  se va de nuevo. Y vuelve no sé cuándo, que yo ya estoy dormida.
 Pero peor es si mi mami se enoja conmigo porque tengo olor a perro, a cola o tengo muchos moretones en las piernas. Yo tengo las piernas feas, dice ella, porque estoy llena de golpes y cáscaras, que se me hacen cuando ando en bici o me caigo ¡Y eso que la bici todavía tiene rueditas!
La gente grande dice que cuando sos chico es la mejor edad, porque no tenes tenés problemas y nada más tenés que jugar –disfrutá-. “Disfrutá”, dicen. Pero yo tengo problemas, estoy enojada, no como otras veces que estoy re triste,  lloro y no sé por qué.  Entonces viene algún grande, me abraza y ya se me pasa. No, estoy enojada conmigo porque soy machona, caprichosa, y cochina. A veces me gustaría morirme.  Si, lo estoy pensando muy bien. Me dijeron que las manzanas verdes te hacen re mal, que te ponen dura la panza y te morís o si comes mucho y te pones patas para arriba se te va la sangre a la cabeza y también ¡pufa! Parás las patas, que ya te quedan para arriba. Pensé en comer las mandarinas calientes sacadas del árbol, que te empachan y ahí nomas colgarme cabeza debajo de una rama. Ah! Ahí también, cuando hago esas pruebas, las piernas se me raspan todas. Hasta la panza me raspé, por subirme a un árbol y después no saber bajar. Toda la panza me quedó con rayas y encima yo me sacaba las cascaras y mi mamá me decía: te va a quedar la marca. Cuando seas grande no te vas a poder poner biquini”. Por eso no quiero  vivir más, yo no aguanto hasta los treinta. ¿Y si llego a esa edad y en la universidad no me enseñan a elegir un marido? y me equivoco y después no puedo cambiarlo ¿Qué hago? ¡Eh!
Bueno ahora me voy al jardín, ojala la torta tenga confites y haya bolsitas para traerme. Cuando vuelva, si mi mamá sigue estresada y yo también o encima me aburro mucho con mis compañeras,  que no quieren jugar conmigo porque soy bruta; vengo a casa y hago como la señora de la tele que tomó muchas pastillas y se murió. ¡También voy a salir en una foto en la tele!. Pero no con una foto de muerta en el cajón, blanquito que nos ponen a los nenes cuando morimos chiquitos. Me dijeron en la iglesia que somos angelitos y que en el norte, donde nació mi abuelo, se hace una fiesta si se muere un niño, que se llama la fiesta del angelito.
 ¡No! La foto es la más linda que tenés de antes de morir. Yo tengo fotos súper lindas, porque mi mamá dice que salgo hermosa. Por eso no tengo que preocuparme.


La Puerta Cerrada

Encendió el fuego de la antigua cocina económica, que ya era vieja cuando  su madre se la regalo. Acomodó en la mesada su tasa preferida. Destapo las dos hornallas necesarias para el ritual matutino, una para el gran jarro y otra para  la cafetera de loza azul con pintas blancas, impecable, virgen de cachaduras, su última adquisición.
Prendió la radio, recordó que las pilas se estaban acabando, que los escases en el mercado hacia que el precio le fuera inaccesible, pero decidió que no era un tema para distraerse.
Ya entibiada el agua, cuando se lavaba el rostro frente al espejo, una noticia empezó a subirle por la espalda, una dirección conocida, un hombre público detenido. El misterio que se debelaba en su cabeza, la puerta siempre cerrada, el olor nauseabundo disimulado con desinfectante y las colonias finas que él elegía para ella. Paralizada escucho sobre, un tesoro en monedas de oro, joyas y valores,  el cadáver de una anciana. Sin conocerla, sin haber oído hablar de ella pudo imaginar ese rostro de porcelana cuya tersura reafirmaba el rigor mortis, sus ojos verdes bien abiertos, la mueca de placer  por el deber cumplido, una vez más el mandato de Medea, adueñarse de la vida de los hijos.  Revancha? Venganza? Amor de madre?, se pregunto.
Se seco, sintió el  aroma del jabón de coco de su toalla, siguió con sus manos los contornos de su cara amarillenta, las líneas de su cuello, apenas perceptibles las sinuosas curvas de sus senos, su cintura, su cadera.
Cubrió la enagua de satén, con la sarga del gastado uniforme; se levanto  el pelo en la metamorfosis cotidiana de atraparlo, de ceñirlo, de obligarlo a negar la sensualidad que se empeñaba en devolverle con cada mechón que se escapaba.
Siguió escuchando la noticia, lista para su te, el trozo de pan tostado, la exactitud de cada movimiento, el enjuagar la taza y dejarla sobre el repasador con la promesa de guardarla a su regreso, no sin antes repasarla; la escalera, la media cuadra hasta la parada  y la profunda sensación de éxito al oír la campanilla del tranvía, que indicaba la llegada a la meta.
Lo había visto pasar veinticinco veces frente a la oficina, sus ojos tras los lentes lo habían espiado sin despertar sospechas, aun cuando seis de las veinticinco había dejado la máquina de escribir deslizándose hacia la puerta, para sobre sus tacos, extender sus piernas flacuchentas simulando acomodar un algún pliegue de la cortina o quitar alguna mancha del vidrio. Sabía que trabajaba en el banco, que el gris de su traje y su pelo, reflejaban la exacta rutina de su vida. Estos últimos cabos los ato en sus charlas casuales, en las primeras citas con Natalio en casas de té. En las largas caminatas con el Sr. Ruiz, como insistía en llamarlo aún después de compartir la intimidad.   
Sentada en el tranvía como tantas veces,  ella se transportaba, evaluaba sus logros, recreaba sus fantasías, tamizaba sus experiencias, intentando deshacerse de las realidades amargas, los limites inamovibles, de las vejaciones.
Por suerte, se decía, su historia de amor con Natalio, solo era de ambos, la sombra en que acordaban mantenerla amenazaba la pureza de la relación, pero los protegía  de presiones externas.
Zunilda pensaba que si en su adolescencia había sufrido el oprobio de que en su propio trabajo y como parte del cumplimiento de sus deberes como empleada domestica, había concebido una hija ilegitima, que no llevaría el apellido de su padre biológico,  respetable hombre de familia, sino el del padre de ella, no tan respetable. Que si eso la había catapultado a la ciudad, otorgándole el  privilegio de  la oficina, de la pieza propia en el inquilinato, el sueldo que cubría los gastos del colegio de la pequeña, los útiles, el uniforme, sus viajes a verla, las pequeñas excursiones juntas; no había razón para pagar nuevos prediales, ni correr nuevos riesgos.
Encontraba en Natalio sus recreos corporales,  como en su espejo se sentía sensual, reía frente a él, un poco sola, festejando sus permisos. Por eso cuando escucho la noticia, el alcance de nombre y apellido, el frío le congelo cada vertebra, pero no la distrajo de su ritual matutino.


                                                                                        La Peor de Todas.



               MI CUENTO
 La tarde estaba esplendida, el otoño empezaba a teñir las hojas de los álamos de mil tonos de amarillo y ocre. De reojo por la ventana del comedor podía ver el prado e imaginar la brisa cálida sobre mi rostro, mientras Rosemary me ayudaba a doblar los manteles, la tía Elisabeth elegía la vajilla que usaríamos en la recepción de la tarde; “cada detalle tiene que ser previsto” decía y repetía entre suspiros, ella era la experta en esas cuestiones, compromisos, bodas, recepciones, simples cortejos. Los peinados, los zapatos, los guantes, el grado de sencillez u opulencia del vestido. Rizos, moños, encajes, todo debía tener su medida exacta y concordar con las sonrisas, los gestos, el movimiento de los ojos. A mis catorce años eso tenía  que importarme, o por lo menos inquietarme, como a Rosemary, a la que se veía entusiasmada con la visita del codiciado pretendiente de su hermana. Ana Julia ya había cumplido dieciséis, y su salud endeble la había retrasado en estos trámites, la neumonía del último invierno había pospuesto la visita del vizconde a la comarca, pero había aumentado su belleza, decía la tía. La palidez, el brillo melancólico de sus ojos, su delgadez -que la hacía dúctil a los modernos corset traídos de Paris- la  favorecía. “El aspecto frágil de una mujer la asemeja al cristal, a la porcelana fina”, disertaba la tía, “despierta en un hombre, que se precie de serlo, el anhelo de protección y dominio, necesario para un matrimonio duradero”.
Yo pensaba en la tarde que se escurría entre mis dedos, torpes para doblar las servilletas, me imaginaba ya en el establo, eligiendo mi caballo, convenciendo a papá de salir sin compañía, me molestaba tanto mi hermano, como mi primo, la torpeza, la cesación de control, los comentarios peyorativos, la verdad es que ambos envidiaban  de mi habilidad para montar y la preferencia que los animales mostraban cuando yo los trataba. El ser huérfana de madre tenía sus ventajas, también me favorecía que la jerarquía de mi padre en la familia hacia que mi dote fuera poco sólida y que mi turno para los festejos y candidatos se iba a retrasar. Eso le daba espacio a para mis excursiones al bosque y otra de mis pasiones; leer, escribir poesías. La marquesa era mi madrina y eso me permitía perfeccionarme en ese arte, mi tía no lo consentía y tenia largas discusiones con papá que más de una vez quedó atragantado y prefirió retirarse de la mesa. La frase más difícil de digerir para él era “las mujeres que escriben piensan cosas que no tienen que pensar, el diablo aprovecha a envenenar sus  espíritus, piensa  en mí adorada hermana,  que murió para darle vida, no permitas que se pierda su alma”. Yo sentía un fuego que invadía mi cuerpo y se escapaba   por mis ojos que intentaba entornar para no empeorar las cosas. “Mira la marquesa”, seguía la ella, “siempre rodeada de hombres, no me gusta decirlo pero cualquiera puede considerarla mujer de vida alegre”.
Mi padre me consentía, no podía negarse a mis pedidos, yo odiaba que la tía lo torturara, el verlo tan indefenso ante sus argumentos despertaba en mi una hostilidad inmanejable, llegué a pensar que se trataba de una fuerza sobrenatural. Aún así no iba a renunciar a lo único que alegraba mi vida, mi alma; aunque fueran las fuerzas del infierno las que me encendían cuando revisaba los libros prohibidos, y me perdía en las extrañas imágenes del Dante o cuando seguía con atención las historias de amores y odios de los dioses griegos o cuando cabalgaba sin rumbo y a pelo los mejores caballos de la cuadra, adentrándome en el bosque, poblado de los más extraños y marginales personajes. Yo nada sabía de pasiones  y  muy poco del infierno,  lo único real para mí era el enorme placer que me daba el saciar mi curiosidad, mi sed de emociones, que a nadie perjudicaban si yo cumplía con mis deberes cotidianos y aprendía también todo lo que una señorita de la nobleza debía saber. Si algo había aprendido era a callar, a ocultar, a simular, la tía -pensaba yo-  tenía que haber estado orgullosa de mí  pero nada la conformaba cuando se trataba de celar nuestra salvación eterna.
Me escurrí, antes de que me retuvieran para retocar mis bucles y probarme el vestido, monte el caballo y evadí a todos mis cuidadores, el viento me acariciaba las mejillas, todo estaba bien para mí, un par de horas de libertad era todo lo que anhelaba.
Comencé a adentrarme en el bosque, me sentía plena, cabalgué, troté, observé un movimiento detrás de los arboles, caminé un tramo. Espié intentando no ser descubierta, pude ver una hoguera pequeña y una joven que revolvía un hatillo, buscaba entre la ropa arrugada, separaba algunos frascos, pequeñas bolsas, algunos vegetales, por último apartó un jarro  y se dirigió al río. Me aseguré de que no tenía otra compañía y me acerqué, tratando de no asustarla. Ella se sobresaltó al verme, pero lo disimuló, me saludo en tono amable, había cierta desconfianza en su vos. Quede anonadada al ver su rostro, su sencillo vestido de aldeana, entre en un éxtasis extraño, sentí que la conocía desde siempre, como a una madre, como a una hermana, como a un alma gemela.   Ella se cercioró  sutilmente que viniera sola y me invito a acompañarla al arrollo a buscar agua para cocinar. Todo lo que pasó después fue como un trance, una ensoñación. Me dijo que se llamaba Gretel, comenzó a hablar de su vida, nos sentimos muy cerca considerando que las dos éramos huérfanas de madre, ella tenía una madrastra y un padre ausente o quizás solo era débil como el mío, le conté de la tía Elisabeth, discutimos si era mejor ser abandonada en el bosque o sufrir el control y la sobreprotección constante. Reíamos, por momentos, de nuestras tragedias pero Gretel se quedó muy sería cuando le pregunté por su hermano Hansel, me pregunto sorprendida cómo lo conocía, le dije que su historia casi era una leyenda que la gente repetía, pero no me atreví a decirle que se había convertido en un cuento infantil que los adultos nos repetían hasta el cansancio. Ella  empezó a contar cuando los abandonaron, justificando a su padre y pensando que no había sido intencional, que ellos se adentraron en el bosque. Describió con detalle cuando conocieron a Madame François, porque así llamaba a la bruja. Me contó que fue la persona que cambió su vida, que le enseñó los secretos del bosque, las hierbas curativas, la sabiduría de las abuelas y el arte de traer a los niños al mundo. Después también supe que había formas de evitar que vinieran. Me comentó de la dulzura con que la trataba y todas las hermosas experiencias que compartió, en todos los años que vivieron juntas. Yo no sabía cómo indagar sobre su hermano, sobre la jaula, sobre la muerte de la señora en su propio horno. Ella en su relato, comentó que Hansel, no comprendía la sabiduría de Madame, que de encerraba en sí mismo, que nunca expresaba sus sentimientos a no ser cuando se dejaba embargar por la culpa de no poder ser el hijo que papá soñaba.
Hablamos, comimos, tomamos unos brebajes que Gretel preparó, caminamos entre los árboles, nos sorprendió la lluvia en plena noche, yo perdí la noción del tiempo, de mi obligación de regresar a casa. Llegamos a un refugio, las brasas de la hoguera todavía ardían, atizamos el fuego y secamos nuestra ropa, cepillamos mutuamente nuestros cabellos, hablábamos, reíamos como dos niñas, aun no teníamos sueño, yo me sentía feliz deseaba que ese momento mágico no terminara. De pronto el clima cambio, volvimos al clima confidente, ella en tono de confesión me hablo del accidente donde murieron su padre su hermano, de la culpa que la embargaba, por sobrevivir a su hermano, el primogénito, el que tenía todos los permisos, el que llevaría el apellido a la progenie, “si hubiera regresado con él,  como me lo pidió, para empezar una nueva vida con mi padre, si lo hubiera convencido de seguirme a mi aventura de seguir mis sueños de alcanzar a Madame y sumarnos a las filas francesas para  recuperar la corona, seguir a Juana. Él se había sentido tentado a acompañarnos, pero prefirió la obediencia y ahora está muerto y yo no”. Para cuando termino de hablar mi querida Gretel estaba desconsolada, nos abrazábamos yo trataba de fortalecerla pero todo lo que hacía era llorar, contar entre sollozos, como había perdido en el lapso de dos meses a los tres únicos seres que fueron su familia.
  No  recuerdo  el orden del relato, me sentía impotente ante tanta injusticia, igual que cuando la tía hería a papá con sus discursos, tantas mentiras sobre las brujas, sobre los peligros, sobre la fuerzas del mal, envenenando el alma de los niños; pero ahí no termino la historia del horror, Gretel se sobrepuso, seco sus lagrimas con su enagua y me dijo “querida amiga no es tiempo para debilidades, ya llegue muy lejos, ya elegí mi destino, te lo diré sin llantos, Madame -se le quebró la voz- mi amada Madame François está muerta, fue acusada de brujería, los inquisidores la culparon de herejía, la torturaron, la obligaron a confesar, me lo dijeron las abuelas del bosque, las mismas que me dieron su bendición  y la fuerza para estar aquí a medio camino, acarreando mi dolor, apoyándome en él”. Me hablo de Juana, Juana de Francia, Juana de Arco, como la conocemos ahora. Me conto que era una joven  llena de valor que con diecisiete años, desafió las tradiciones de las mujeres campesinas y se unió al ejército enfrentando el asedio de los ingleses. “Juana la santa doncella -me decía, eufórica entre gritos, loores y carcajadas-  guerrera, fervorosa, fuerte, enviada por Dios para la salvación del reino”. Relatando con mil detalles las experiencias sagradas y las voces de Santa Margarita  y Santa Catalina que la guiaban en sus empresas.

Mi padre me encontró tres días después, desmayada cerca del refugio, mi caballo salió a su encuentro. Aun recuerdo su cara, la mezcla de dolor y alegría al descubrir que vivía, me abrazo como nunca lo había hecho. Después vino la fiebre, los temblores, mi cuerpo era una sola convulsión, días y días delirando o durmiendo extenuada. Me prohibieron el sol,  la luz, las cabalgatas. Yo esperaba una señal que me guiará, le rogué a Santa Margarita su amparo, una aparición, una palabra, pero nunca ocurrió. Gracias a Rosemary podía acercarme a la ventana a escondidas y ver el prado. Ya era primavera, cuando le rogué que me dejara escribir lo que me había pasado en forma de poesía, yo sentía que eso me aliviaba, pude hacerlo al principio con esfuerzos, después entré en una compulsión,  como si las palabras y las imágenes, se me impusieran, fluyeran, me invadieran. Por suerte mi prima escondió esos escritos, porque volvieron las fiebres y con ella llegaron los sacerdotes con sus exorcismos, los médicos con sus sangrías y cataplasmas, con más aislamiento y oscuridad. Yo pedía ver a mi madrina, la marquesa, quería contarle, quería que me explicara, quería escribir. Me preguntaba si me había abandonado, pero en el fondo sabía que era tía Elizabeth la nos separaba. Me sentía morir. Por momentos entraba en una quietud extrema, como si no existiera, los escuchaba y los veía, pero no entendía que decían. Los abrazos de papá y la risa de Rosemary eran un bálsamo a mi cuerpo dolorido. Siempre me pregunte que hubiera sido de mí si  hubieran descubierto mis escritos.
La primavera siguiente, mi alma empezó a brotar con la llegada de Marcel a mi vida, un joven artesano, al que le permitieron cortejarme. Sus visitas, las charlas, los largos paseos por el jardín, el amor con que aprendía y transmitía su arte, sus ideas sobre agremiarse, devolvieron poco a poco color de mis mejillas,  fuerza a mis a mis músculos,   luz a mi mirada y la sonrisa a mis labios. Pasados los meses nos descubrimos riendo a carcajadas, ese día decidí casarme.
Tengo veintitrés años, la edad que tenia Gretel cuando la conocí, la edad de mi madre cuando me dio a luz. Llevo en mi vientre nuestro tercer hijo, no he sido buena para parir, los médicos temen por mi vida. Aun cuando vivimos en la ciudad le pedí a Marcel que se adentrará en el bosque, que busque a las abuelas, ellas saben de nacimientos; además tengo la esperanza de que Gretel haya regresado después de la muerte de Juana, que haya podido sobreponerse a tanto dolor, a tanta mentira, a tanta injusticia. Me gusta imaginarla en la casa de Madame François,  en su casa, ejerciendo su arte de curar. He decidido vivir, deseo que la criatura que llevo en mi seno sea una niña. Le pedí a Marcel nombrarla Juana. Sueño con verla crecer,  con cabalgar con ella, con contarle al oído en forma de canciones y poesías, la historia de Perséfone, los secretos de las pasiones irracionales.



 Perséfone

 El regreso de Perséfone, por Frederic Leighton (1891).

En la mitología griega, Perséfone (en griego antiguo Περσεφόνη Persephónē, ‘la que lleva la muerte’) es hija de Zeus y de Deméter (ἡ Μητὴρ hê Mêtềr, ‘la madre’). La joven doncella, llamada hasta entonces Core (Κόρη, ‘hija’), es raptada por Hades convirtiéndose en la reina del Inframundo.

Perséfone es su nombre en la literatura épica de la Grecia jónica. En otros dialectos era conocida por otros nombres, como Persephassa o Persephatta. Homero la llama Persephoneia (Περσεφόνεια). Los romanos tuvieron noticia de ella por primera vez a través de las ciudades eólicas y dóricas de la Magna Grecia, donde usaban la variante dialéctica Proserpina.

De ahí que en la mitología romana fuese llamada Proserpina, y como tal llegase a convertirse en un personaje emblemático del Renacimiento.Contenido [ocultar]
1 Visión general
2 El mito del rapto
2.1 El rapto según la Enciclopedia Británica
3 Investigaciones modernas sobre Perséfone
3.1 ¿Perséfone anterior a Grecia?
3.2 Vida, muerte y resurrección
4 Consortes y descendencia
5 Véase también
6 Notas
7 Bibliografía
8 Enlaces externos

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Visión general

La figura de Perséfone es actualmente muy conocida. Su historia tiene un gran poder emocional: una doncella inocente, el dolor de una madre por el rapto y el regreso de su hija. También es citada con frecuencia como un paradigma de los mitos que explican procesos naturales, con el descenso y el regreso de la diosa provocando el cambio de estación.

Pero los griegos también conocían otra faceta de Perséfone. Ella era además la terrible Reina de los muertos, cuyo nombre no era seguro pronunciar en voz alta y a la que se referían como «La Doncella». En la Odisea, cuando Odiseo viaja al Inframundo, alude a ella como «Reina de Hierro». Su mito central, aún con toda su familiaridad emotiva, era también el contexto tácito de los extraños ritos iniciáticos secretos de regeneración de los misterios eleusinos, que prometían la inmortalidad a sobrecogidos participantes: una inmortalidad en el mundo subterráneo de Perséfone, en un banquete con los héroes bajo su pavorosa mirada.1
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El mito del rapto

Rapto de Proserpina de Rembrandt.

En el panteón olímpico se le da un padre a Perséfone: según la Teogonía de Hesíodo era hija de Zeus y Deméter:
Y él [Zeus] fue a la cama de la abundante Démeter, quien concibió a Perséfone, la de blancos brazos, robada por Hades del lado de su madre.

Sin embargo, Perséfone no tenía una posición estable en el Olimpo. Solía vivir muy lejos de los demás dioses, siendo una diosa de la naturaleza anterior a plantar semillas y cultivar plantas. En la tradición olímpica fue cortejada por los dioses Hermes, Ares, Apolo y Hefesto, pero ella rechazó todos sus regalos y alejó a su hija de la compañía de los dioses. Así, llevaba una vida pacífica hasta que se convirtió en la diosa del inframundo, lo que, según los mitógrafos olímpicos, no sucedió hasta que Hades la raptó y la llevó allí con él. Perséfone estaba cogiendo flores inocentemente con algunas ninfas (y Atenea y Artemisa, según el himno homérico, o Leucipe, o algunas Oceánides) en un campo en Enna cuando Hades apareció, emergiendo de una grieta del suelo. Las ninfas fueron transformadas en las Sirenas por no haber intervenido. La vida quedó paralizada mientras la desolada Deméter (diosa de la Tierra) buscaba por todas partes a su hija perdida. Helios, el sol, que todo lo ve, terminó por contarle lo que había pasado.

Finalmente, Zeus no pudo aguantar más la agonía de la tierra y obligó a Hades a devolver a Perséfone, enviando a Hermes para rescatarla. La única condición que se puso para liberar a Perséfone fue que no probase bocado en todo el trayecto, pero Hades la engañó para que comiese seis (o cuatro, según las fuentes) semillas de granada, que la obligaban a volver cada año un mes por cada semilla. En algunas versiones, Ascálafo contaba a los demás dioses que Perséfone se había comido voluntariamente las semillas de granada. Cuando Deméter y su hija estaban juntas, la tierra florecía de vegetación. Pero durante seis meses al año, cuando Perséfone volvía a los infiernos, la tierra se convertía de nuevo en un erial estéril. Fue durante su viaje para rescatar a Perséfone del inframundo cuando Deméter reveló los misterios eleusinos. En una versión alternativa, Hécate rescató a Perséfone. En la versión más antigua la temible diosa Perséfone era la propia Reina del Inframundo.2

En algunas versiones Deméter prohíbe a la tierra dar frutos, en otras está tan ocupada buscando a Perséfone que no se ocupa de ella, y en algunas la profundidad de su desesperación hace que nada crezca.

El número de semillas comido por Perséfone cambia también de unas versiones a otras, a menudo en relación con la duración del invierno en la zona de procedencia de la historia.

Este mito puede ser interpretado también como una alegoría de los rituales matrimoniales de los antiguos griegos, que sentían que el matrimonio era una especie de rapto de la novia de su familia por parte del novio, y este mito puede haber explicado los orígenes del ritual del matrimonio. La más popular explicación etiológica de las estaciones puede haber sido una interpretación posterior.

Perséfone, como reina del Hades, sólo mostró clemencia una vez. Debido a que la música de Orfeo era tan arrebatadoramente triste, permitió que éste se llevase a su esposa, Eurídice, de vuelta al mundo de los vivos con la condición de que ella caminase tras él y él nunca intentase mirarla a la cara hasta que estuviesen en la superficie. Orfeo accedió pero falló, al mirar atrás casi al final para asegurarse de que su esposa le seguía, y perdió a Eurídice para siempre.

Perséfone también figura en la historia de Adonis, el consorte sirio de Afrodita. Cuando Adonis nació, Afrodita lo tomó bajo su protección y fue hechizada por su belleza sobrenatural. Afrodita se lo dio a Perséfone para que lo cuidara, pero ésta también quedó asombrada por su belleza y rehusó devolvérselo. La discusión entre las dos diosas fue resuelta por Zeus o Calíope, quien decidió que Adonis pasase cuatro meses con Afrodita, cuatro con Perséfone y los cuatro restantes del año solo.

Cuando Hades persiguió a una ninfa llamada Mente, Perséfone la convirtió en una planta de menta.

Perséfone era el objeto del cariño de Pirítoo. Su amigo Teseo y él prometieron casarse con sendas hijas de Zeus. Teseo escogió a Helena, la secuestró con la ayuda de Pirítoo y decidió retenerla hasta que tuviese la edad de casarse. Dejaron a Helena con la madre de Teseo, Etra, y viajaron al inframundo, reino de la elegida de Pirítoo, Perséfone, y del marido de ésta, Hades, quien fingió ofrecerles hospitalidad y preparó un banquete. Tan pronto como la pareja se sentó, las serpientes se enroscaron en torno a sus pies, atrapándolos. Teseo fue finalmente rescatado por Heracles.

Era frecuente referirse a Perséfone y su madre Deméter como aspectos de la misma diosa, y eran llamadas «las Deméters» o simplemente «las diosas». La historia del rapto de Perséfone era parte de los ritos de iniciación en los misterios eleusinos.
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El rapto según la Enciclopedia Británica

La versión del mito que aparece en la Enciclopedia Británica de 1911 es la siguiente:
Mientras estaba recogiendo flores con sus compañeras en un prado, la tierra se abrió y Plutón, dios de los muertos, apareció y se la llevó para que fuese su reina en el inframundo. [...] Antorcha en mano, su afligida madre la buscó por todo el mundo, y al no encontrarla prohibió a la tierra seguir creciendo. Así todo aquel año no creció una sola brizna de hierba, y los hombres habrían muerto de hambre si Zeus no hubiese persuadido a Plutón de que dejase marchar a Proserpina. Pero antes de permitirle marchar Plutón le hizo comer la semilla de una granada, y que así no pudiese permanecer alejada para siempre. Por esto fue acordado que pasaría dos tercios (según autores posteriores, un tercio) de cada año con su madre y los dioses del cielo, y el resto del año con Plutón bajo la tierra. [...] Como esposa de Plutón mandaba a espectro, gobernaba a los fantasmas y llevaba a cabo las maldiciones de los hombres.

Cuando Perséfone vuelve con su marido al infierno es cuando las hojas se caen y cuando no da frutos es cuando Démeter se desespera, el otoño, y cuando Perséfone vuelve a la tierra en Primavera es cuando las flores florecen y la tierra se vuelve fértil de nuevo, dado a la alegría de su madre, Démeter.
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Investigaciones modernas sobre Perséfone
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¿Perséfone anterior a Grecia?

Muchos investigadores modernos han argumentado que el culto a Perséfone fue una continuación de la adoración que ya se le profesaba en el Neolítico o en la civilización minoica. Entre los clasicistas, esta tesis ha sido defendida por Günter Zuntz.3 y cautamente incluida por Walter Burkert en su definitivo libro La religión griega.

Con mayor atrevimiento, el mitólogo Károly Kerényi ha identificado a Perséfone con la anónima «señora del laberinto» de Cnosos.

Por otra parte, la hipótesis de un culto universal a la Madre Tierra ha estado bajo creciente crítica en los últimos años. Para saber más sobre esta controversia, vea el artículo Diosa Madre.
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Vida, muerte y resurrección



 BIOGRAFIA DE LOS AUTORES


  • ALEGRE, BLANCA




Blanca maría Alegre nació el trece de febrero de 1963, en Morón Buenos Aires, donde  vivió durante  su infancia y juventud.  Es  Trabajadora Social graduada en la Universidad de Morón, psicodramatista, amante del teatro, ávida lectora y una iniciada en el arte de escribir. Hace más de 20 años se radicó en la Patagonia, desde entonces trabaja con grupos e instituciones, participando y promoviendo de procesos artísticos, culturales y de acción comunitaria. La capacitación e investigación constante en temáticas de género y su curiosidad literaria, la llevaron a encontrarse con la obra de Alfonsina Storni, a quien admira como representante del movimiento feminista en la argentina. Investigó el pensamiento de otras escritoras latinoamericanas contemporáneas, ahondando en las ideas y aportes que aún hoy perduran, en cuanto a sistema de ideas.
En 2006 comenzó a escribir poesía, en lo que ella denomina el registro de un proceso de curación transgeneracional, en 2009 obtuvo el tercer premio en poesía en el Certamen de Poesía y Cuento corto, otorgado por la Comisión de amigos de la biblioteca Aime Paine y la Asociación Plumas al Viento. Este año incursiona en la narrativa a través del cuento.  Cree en la cultura y el arte en todas sus expresiones, como un medio liberador para trabajar en la defensa de los derechos humanos y la salud mental.


  • DIAZ, VIVIANA

Escritora. Autora de numerosos textos literarios y no literarios algunos aún inéditos. Actualmente se encuentra presentando la trilogía de su autoría iniciada con “Indefectiblemente” (Lírica– 2007), “Mi vida sin Ti” (Lírica 2010) y “Continuidad del Ser” (Narrativa 2011).Investigadora de hechos sociales, periodista independiente. Locutora Radial. Coordina talleres de lectoescritura de su autoría desde el año 1990. Es Profesora en Letras. Ejerce la docencia desde el año 1984.


  • PAREDES, NANCY
Cuentista. Publicó su primer cuento en una antología en el año 2010 en la que debutó incursionando en la literatura fantástica. Actualmente se encuentra trabajando en su obra “Lo que parece ser”, cuentos breves en los que relata sucesos cotidianos embriagándolos de misterio .También en “Mirándome”, recopilación de poesías escritas desde 1985 a la actualidad. Es periodista desde hace poco tiempo escribiendo noticias para el portal  de Koluel Kaike.


  • SANCHEZ, ANGELICA



Escritora. Narradora oral. Guionista. Autora de “Historias sonoras”, “Historias que trajo el viento” (inédito). Autora de “El camino”, “La psiquiatra” y “Los gatos”, trilogía grandilocuente de Cortometrajes patagónicos en los que engalana el misterio y lo policial. Dibujante. Colaboradora en diversas manifestaciones artísticas. Locutora radial. Conduce conjuntamente con Viviana Díaz el ciclo cultural denominado “Acompañame” desde el año 2010. Actualmente se encuentra trabajando en la confección del primer texto de astrología patagónica y guiones para cine. Periodista independiente.







































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