ANTOLOGIA DE ESCRITORES TRUNCADENSES (Agosto de 2015)
La ruta nacional
estaba muy transitada ese día .El
joven esperaba al costado del carril haciendo auto stop. Tenía la cabeza
rapada y vestía con la ropa demasiado
grande ,como queriendo ocultar el
verdadero tamaño de su anatomía
----Vas a Caleta - le pregunte dubitativamente, a lo que me respondió con
un gesto apenas imperceptible con el mentón hacia arriba que si.
Viajamos juntos en
la caja de una camioneta
.,Observe que no llevaba equipaje y que
de la nada había extraído un tablero de ajedrez con las piezas encastradas me invitaba a jugar con la mirada, le respondí, que no y al levantar la vista pude observar
que la camioneta volaba sobre la cinta
asfáltica. Poco después ,la nada
,luces ,sobras ,voces, la sensación que me atravesaban y finalmente
alguien que me elevaba tomándome por debajo de las axilas .Entonces lo reconocí y pude ver sus enormes alas
desplegadas sobre de mi cabeza, su rostro aniñado poseían
una belleza agreste pero lo compensaba su voz
que me decían con
una dulzura desconocida
--Soy tu ángel protector –
Mas tarde un olor
penetrante de comida me devolvió a la realidad ,yacía en una cama
de hospital y con asombro escuche que la palabra lacónica de una enfermera me informaba de lo siguiente – Se salvo de
milagro he ,los otros fallecieron y eso
que UD en la caja del rodado –
Dijo con énfasis
,mientras me tomaba la presión .
--Y el muchacho ‘’que venia conmigo
Perdon debe
estar traumada todavía por que ud venia
sola,absolutamente sola –repuso con sierto énfasis .-retirandose de la sala .
A los dos dias Sali
y regrese a la ruta para ver si
lo volvia a encontrar
Y desde entonces
cada ves que retorno al lugar lo recuerdo ,y me investigo
donde donde estara mi angel protector
EL ANGEL CAIDO
HOY ME ENTERE NO
POR LOS DIARIOS
QUE ME ESTAS MIRANDO
DE ARRIBA
Y QUE ESTAS DE LA CRUZ DEL SUR AL COSTADO
SE QUE NO ALCANZARON
LOS RUEGOS
NI LOS LLANTOS DESESPERADOS
ERAS EL ETERNO NAUFRAGO
A UN VASO AFERRADO
TENIAS LA SED DESCOMUNAL
DE UNA MANADA DE DINOSAURIOS
CUANTAS VECES TE VI
PASAR
TACITURNO Y LEJANO
BAJO EL SILENCIO DE LA NOCHE
Y SUS LABERINTICOS
TUNELES
DE
,DELIRANTES, Y ABANDONADDOS
ME DOLERA ACOSTUMBRARME }
A NO VER TU ANDAR
DE BAILARIN EN FALSO
CUANTOS FUIMOS
LOS QUE REALMENTE
QUISIMOS EVITAR TU PARTIDA
Y NO OISTES EL
LLAMADO ‘’’
‘
‘FUIMOS TESTIGOS MUDOS
DE TU DOLOR QUE
PEDIA UNOS BRAZOS
QUE TE CONTUBIERAN QUE TE HAGAN SERTIR
ESE CALOR QUE
ANDABAS BUSCANDO
YA NO ESTARAS NI EN
LAS FIESTAS DEL PUEBLO
NI EN LOS CLASICOS
ACTOS ,
TAMPOCO EN LAS CARABANAS
DE RIVER
NI EN LOS CUMPLEAÑOS
DONDE NI SIQUIERA TE HABIAN INVITADO
NI EN LAS IGLESIAS DE TODO TIPO
NI EN LOS HOSPITALES
DEJADO‘
O EN ALGUNA CELDA DE COMISARIA INCOMUNICADO
COMO ESOS PERROS VAGABUNDOS
QUE VAN Y VIENEN DESARFORTUNADOS
PERO FUISTE EL
BORRACHO
QUE TIENE SU PEQUEÑA HISTORIA
QUE EL DESTINO LE
TORCIO LA MANO
HUBIERAS SIDO JUGADOR DE FUTBOL Y DE LOS BUENOS
SEGÚN ME LO HAN COMENTADO
ES POR ESO QUE DIGO
QUE TE HUBIERA GUSTADO
SALIR EN LOS GRANDES TITULARES
DE LOS DIARIOOS
Y NO EN EL CHUSMERIO COMUN
DE LAS VIEJAS DE
BARRIO
FUISTERS EL BORRACHO CON FAMA
AL QUE TODOS RECORDARAN
EN ALGUNA ANEGDOTA
DE ASADO
QUIERO QUE SEPAS
QUE YO TE QUISE
Y MUCHOS TE QUISIERON
AUNQUE HOY SEA
TARDE
PARA RECORDARLO
NO ESTUBE EN TU SEPELIO
POR QUE SE QUE AHORAS ESTAS
MIRANDOME DE ARRIBA
DE LA CRUZ DEL SUR AL COSTADO
A LA MEMORIA DE LUIS PALLALEF
CONOCIDO POR TODOS POR COCHI
AZUL
El bailarín
Emerge entre el vapor y las luces vagamente
herido por las sombras ,luego
toma vida y la música lo posee penetrante
y esquivo y desde sus botas
nacen y mueren todas las mudanzas salamanqueras que hace que enmudezcan todas las bocas
.Vibrando al compás de los bombos
legueros .Tu esbeltez como un breve
torbellino un leve estremecimiento sensual hace que el
alma quede flotando .en el delirio
de una
rebuscada chacarera a cada
instante gira se recoge,se aprieta se paraliza ,extiende sus manos apenas
toma a su compañera y en un
instante ambos se funden en un mismo
latido y abrazados en una estampa momentánea ,mirándose largamente
después fijamente erguidos
cual un
remolino de viento entre las hojarascas
se deslizan
soltando sus pañuelos para luego
aquietarse en un mismo suspiro y caer eternizados donde va madurando el aplauso
infinito del publico enardecido .Yo pude
verlos y doy fe que son de esta tierra,
EL BOMBISTA
dedicado a jerónimo
El leonero
El reloj o
Siempre que lo observaba podía ver su cabellera alborotada
y rebelde lo que le daba un cierto dejo de desprolijidad a su cabeza majestuosa
.
Poseía una mirada inquisidora aunque en ocasiones las lagartijas de sus ojos se
aquietaban de a ratos Talla extraordinaria la suya le permitía abusar de una fuerza realmente
formidable .
Lograba sostener sobre su espalda un potranco
un par de segundos .Era tan alto y delgado que parecía un álamo tapando la luna.Yegua
Negra lo apodaban y su nombre y apellido real eran Juan Ruiz pero casi nadie lo
recordaba .El se sonreía de costado cuando el patrón decía - Todos
estos los amanso yegua
Negra --
-No gringo -Le reprochaba con voz firme
-El malacara y el pazuco –le mencionaba, con un gesto brusco
-vinieron de otras tierras .Son caballos de indio, acaso no vistes que están
orejanos?
’
¿-Preguntaba con cierta impaciencia y su expresión se
volvía por un instante acogedora ,luego recuperaba su fierezas iniciar su
actividad de rutina
Tomaba el lazo en sus manos con la destreza con la que un músico
agarra su instrumento , para
afinarlo ., lanzándolo con precisión sobre el bagual con la
certeza del que sabe que no va a fallar ,entre la yapa y la argolla
.este se cerraba , poderoso dejando
al yeguarizo en el suelo
,temblando.
También podía oír
el incesante tintinear de sus espuelas desde el alba hasta muy entrada la oración , de vez en cuando tomaba la tabaquera y armaba
un pucho para fumarlo con una
pasmosa impaciencia
.Agarraba a los chucaros uno por uno
y comenzaba suavemente a masajearlos
para quitarle los cosquilleos típicos de
los redomones , les hablaba , , en un
tono de voz grave y les silbaba siempre la misma canción
Porque consideraba que
entendían y decía que en este punto necesitaba la confianza plena de
ellos .Era disciplinado a la hora
de juntar las sogas y arrimarlas al palenque donde arrojaba su recado
y se tiraba a dormitar con el rostro
cubierto por el chambergo .Sus
perros impasibles ,lo observaban
sospechando que fingía perder los
sentidos ,cuando en realidad su oído era atento como el de un zorro trampeado
.De pronto ,al comenzar la primavera, preparaba sus pilcheros livianos y partía con rumbo desconocido y era deglutido por el horizonte
hasta que retornara en la
siguiente temporada.
Pero no volvió como
esperábamos y desde entonces es
que en cada atardecer mis viejos caballos salvajes alzan sus orejas en señal de que
escuchan sus latidos
entre los matorrales sombríos. Por donde andarás Yegua Negra con tus caballos desbocados crinas al viento devorando distancias .
Mayo. Mañana lluviosa. Deprimente. Rutinaria. Mañana de
invierno. Ya el día venía mal, fue cuando comenzó el principio del fin. Habiendo terminado con mis tareas me preparé
con toda tranquilidad, para disfrutar el atardecer con una jugosa novela de
García Márquez. Cuando llegó ella a transformarme la vida.
Venia del brazo de mi marido, al principio puse el grito en
el cielo, luego más calmada, escuche razones. Analicé los pro y los contra y
finalmente accedí, uniéndome a los demás.
Dicen que escoba nueva barre bien, ella no era la excepción.
Me ayudaba en casa porque de alguna forma alivianaba mis tareas. Distraía a mi
esposo, en esos momentos en que se ponía insoportablemente mimoso. Justo cuando
yo tenía mil cosas para hacer y de alguna manera me libraba del asedio de los
chicos cuando más lo necesitaba. Hasta ahí todo bien pero…..siempre hay un pero
rondando. Comenzamos a pelear por ella.
Creo que allí fue que se le encendió la lamparita, puedo
asegurar que ese fue el preciso momento en que comenzó todo. Allí se juro
adueñarse de nosotros. No había rincón de la casa que ella no llenara, hasta
tenia un lugar en la mesa, es más ya ni siquiera en nuestro dormitorio podíamos
tener intimidad.
Llegué a sentirme innecesaria en mi propio hogar. Hasta me
robó los tan esperados domingos para estar con mi familia. Ella era mejor en
todo. Era insuperable. Cubría todos los ramos.
No soy un chef, tampoco soy mala cocinera pero ella era
mejor, sabia platos con poco dinero, que no comes ni en el mejor restaurante.
Siempre me las arregle para confeccionarme algún que otro
modelito. Ella hacia alta costura con tela para cortina. No soy electricista,
albañil o carpintera pero nunca dejo pasar un desperfecto si está en la medida
de mis posibilidades arreglarlo. Ella sin esfuerzo y con nuevos métodos
convierte una escalera en una mesa.
No soy la mejor amante del mundo pero hasta ahora no tuve
quejas, ella se sabía el Kama Sutra de pe a pa. En fin, lo que dije.
In-su-pe-ra-ble. Sin exagerar. Comencé a odiarla tanto pero tanto que cuando
estábamos a solas la ignoraba por completo. Nadie se dio cuenta hasta que punto
llegaba nuestra rivalidad, simplemente porque a mi nadie me tomaba en cuenta.
El problema radicaba en que ella me llevaba mucha ventaja,
tenia que ser, lejos, más astuta.
Entonces después de pensarlo bien, me decidí. Comencé a
planearlo todo, paso por paso. Sin descuidar ningún detalle. Tenía que ser a
solas, sin testigos y sobretodo sin
causarle daño a ningún inocente.
Me gustó el viernes, era el día perfecto. Mi esposo ese día,
practicaba fútbol, en cuanto a los chicos seria fácil convencerlos de un fin de
semana con sus abuelos y una lluvia de golosinas. Llegó el día tan deseado por
mí, los nervios me estaban matando. Así que, una vez que estuvimos a solas
comencé a llevar a cabo mi plan, sin ninguna clase de remordimientos.
Por si surgía algún inconveniente, lo hice temprano. No
quería que nadie estropeara la única oportunidad que tenia de recuperar a mi
familia.
La encerré en una caja, después de silenciarla, recuperé el
aliento y esperé en silencio a que llamara mi cómplice.
Estaba expectante, con la mirada perdida, pensando en como
justificar su ausencia, cuando tocaron el timbre.Abro la puerta con toda la
intención de reclamar la tardanza….Y casi caigo de espaldas, allí parado,
portafolio en mano, estaba mi esposo, murmurando no se que cosa. Cuando se da
cuenta de lo que estoy haciendo, me pregunta -¿Qué estas haciendo con la tele?
¿Te volviste loca?!!
Punto. Fin de la historia. Ahora estoy disfrutando de “La
casa de los espíritus”, una película que si la leo, hubiese tardado por lo
menos dos semanas en terminar de leer.
FIN
CAMBIO DE VIDA
Martina era una pajarita feliz. Vivía en un hogar donde todos
la adoraban. Incluido Mauricio, el gato siamés de Rodolfo, el nene menor de la
casa. Mauricio estaba tan bien
aprovisionado que, al menos hasta ese entonces, no le habían aflorado sus
instintos de cazador. Por lo tanto, no le llamaba la atención el tener una
posible presa a la mano, o mejor dicho, a la garra.
A mediados de marzo hubo cajas, embalajes y movimientos de
traslado. La familia se mudaba a una casaquinta en una zona rural y ella, por
supuesto, era la primera sobre el camión de mudanza.
Algunos en la familia se quejaban. Otros decían que ahora
iban a tener un verdadero cambio de vida. Martina no recordaba haber vivido de
otra manera, así que no tenía nada que reclamar.
Era verano, toda la familia disfrutaba de la naturaleza, se
extasiaban con el paisaje y el aire puro. Martina desde su jaula observaba todo
sorprendida y hasta un poco asustada porque para ella también todo era novedad.
El clima los favorecía de tal manera, que la familia comenzó
a dejar la jaula bajo una galería en el jardín trasero de la casa, sin ninguna
preocupación.
Cada día, al amanecer, Martina oía trinos y gorjeos próximos
a ella, pero aunque buscaba a su alrededor no veía ninguna otra jaula
cerca.
Una mañana mientras se distraía con el trajinar de la familia, la
sorprendió ver a un pajarito que con un
gran desparpajo se comía todo su alpiste y entre cada bocado la miraba como al
descuido. Sació su sed y para su sorpresa batió las alas y voló al árbol junto
a la ventana del living.
Esa noche no pudo pegar un ojo, cada vez que los cerraba lo
veía y no cesaba de preguntarse si sus alas también servían para volar. Durante
un tiempo no lo volvió a ver.
Una mañana que estaba esperando que le saquen la funda
sintió que picoteaba la tela hasta correrla. Era él, volvió a saciar su hambre,
su sed y se fue. Cuando lo vio volar, sus alas, casi por inercia, se abrieron y
lo siguió, pero rebotó contra los barrotes, dejando el piso de la jaula
cubierto de plumas blancas.
Por primera vez en su vida se sintió presa e infeliz.
Aquel domingo se despertó un tanto extraña, cuando
levantaron la funda que la cubría, no hizo lo de siempre. No saludo a la
familia con un armonioso trino, ni bebió agua ni comió alpiste.
Ese día no tuvo ganas de hacer nada de eso, sus patas se
aferraron a la hamaca que la mecía día tras día, y se negaron a moverse.
Observaron a Martina y preocupados, la llevaron al
veterinario. Está en perfecto estado y quizá solo necesite un compañero-dijo el
doctor.- .Aunque la familia le compró uno, su condición no cambió.
Julio, así le pusieron, estaba orgulloso de su porte y se
pavoneaba frente a Martina sin ningún resultado. Nada lograba que vuelva a ser
la de antes.
Su condición empeoró, la arroparon en una caja de zapatos y
se turnaban para darle agua, casi a la fuerza.
Después de unos días se incorporo y comió unos granos de
alpiste con dificultad. Ahí se dio cuenta que ya no estaba en una jaula.
Era curioso, como ahora, a pesar de no tener rejas igual se
sentía enjaulada. Este lugar despertó su verdadera naturaleza. Tenía adormilada
la libertad.
Vivir así no es vivir, se dijo Martina, prestándole atención
a Mauricio, que la miraba agazapado, entendiendo que también él estaba
despierto.
Algo dentro de ella le decía que debía arriesgarse, era
ahora o nunca. Usó todas sus fuerzas para batir sus alas, quería sentirse como
un verdadero pájaro, aunque sea una vez y la ventana abierta le daba una
oportunidad.
Mauricio adivino su intención y se lanzo sobre ella, cuando
alzaba vuelo, sus garras alcanzaron a rozarla, pero la madre naturaleza también
la había dotado de instinto de supervivencia. Agitó sus alas con desesperación,
y milagrosamente logro alcanzar el cielo azul-celeste que la abrazo gustoso.
Mientras se posaba en un árbol cercano, a reponer fuerzas,
observo a la familia reunida, una vez más, hipnotizada frente al televisor,
ajenos a todo. Evidentemente, la euforia por la naturaleza se les había
acabado.
Más calmada y retomando el vuelo, Martina pensó: al final,
fui la única que obtuve un verdadero cambio de vida.
FIN
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Los principales titulares hablaban de ASESINATO IMPREVISTO.
El psicólogo Ignacio Quijada había sido hallado sin vida junto al cuerpo de una
paciente.
Al principio se guardó su identidad. Luego se la delató
escogiendo entre Cristo o Barrabás. No hubo opción: CULPABLE…
Había salido de un cuento. Y se encontraba atada a él. A un
hombre, a una historia, al mejor de los hombres y al peor de los hombres.
No recordaba bien algunos hechos. Las aldeanas proferían
burlonamente:
-Mijita, estáis
equivocada, saliste de una novela. Ja, ja!
La verdad a esta altura el género poco le importaba. Su
cabello cetrino la llenaba de angustia. Pasaba horas esperando, cual doncella
griega con su peplo. Aquiles o Héctor no llegarían, Paris ni pensarlo, Alfonso
Quijana o Quijada se había perdido en algún reino.
A decir bien solo se conformaba con algún Sancho: más loco
que el otro, más risueño, menos complicado. El tema es que él también se había
perdido en aquel asuntillo de los molinos.
Ella estaba condenada. A ser
la más amada, sin recibir amor. A ser la
más deseada, amaneciendo entre sábanas secas. Algunas cartas desvencijadas
permanecían en aquel viejo baúl, ansiosas de ser leídas, sedientas de vida.
Se inclinó. El cedro crujió. Sus
pies crujieron. Su alma rechinó. Así empezó su día.
A las 9 era la cita. Subió al
ascensor. ¿Salía de un edificio o de un castillo? ¿Estaba sola o encinta?
¿Había alguna vez degustado el amor?
Solo dios y ella lo sabían.
Cruzó la calle. Se miró en el
espejo de los vidrios. El rouge era perfecto, la sombra celeste real, el carmín
de sus labios, favorecido por la cosmética reinante. Entró. Lo vio. La saludó
convencionalmente. Con un beso en la mejilla, a secas. Con su luenga figura.
Con su máscara andante. Con su barba descuidada.
Sin saber porqué la llamó: -“Mi dulce señora, mi bella señora”. Ella
alzó una ceja, frunció el ceño. Finalmente sonrió.
Lo abrazó. Lo besó. Supuso que
todo era parte de la sesión aunque nunca sabría bien porqué.
Le preguntó por el día anterior,
por la semana anterior, ¿Hace cuánto realmente no se veían como para escudriñar
y dejar todo como parte del pasado?
Tocó su vientre: un dolor acre, un sabor acre.
Un suspiro. Sonido de herrajes, la vela, las cadenas…verse desplazada y
enjaulada en medio de la gente. Gritos. Insultos. El tiempo que no pasa. Y ella
ahí, sin saber qué hacer.
Todo de pronto se hizo silencio.
Ignacio la llamó, como del más allá.
-Aldonza, alondra o algo así, nunca sabría bien porqué, ni cómo.
Pájaro. Siempre ave entre la
gente. Así se sentía. Entre rama y rama,
entre puerto y puerto, sin tener nada definido, para qué, si hacía tiempo que
lo había perdido todo…
Chupó sus cabellos. La baba cruel
había supurado en media hora, interminable, inalcanzable.
Ella lo llamó. –Héctor, Ignaaa……o Alfonnnn, daba lo mismo
El volvió a abrazarla. La
succión. El beso, El sueño.
Las 12,50 y el ruido de sirenas y
cadenas. El inspector. La autopsia. El blanco y el cruel dilema de quien había
asesinado a quién. Cadenas y condena sin luz, sin dragones, sin pluma y sin
Cervantes. Baba. Solo baba. Cadenas. La burla. La prensa. Como en la vida
anterior. Trascendencia. Dolor de espalda y de cabeza. Agujas. y cadenas.
El vestido amarillo en un cesto
como hace años, desgarbado.
Asesina, hoy…hechicera en aquel
entonces…el soplido en su lóbulo cual susurro imaginario:
-Aldonnnnzaaaaa…te amo.
La confusión. El tormento.
Las llamas abrazaron su cuerpo.
Pero esta vez, de fiebre. Sus piernas crujieron sobre la mesa. En el delirio él
la escultó, la penetró. La ahogó en su líquido caliente. A lo macho. A lo
bestia. No supo de las telas. Del después. De las aldeanas. No amaneció con
sol. Perdió el sentido. Las ojeras. Y ahí. Entre el blanco y el chaleco de
fuerza. Por decir la verdad. Por no ser tan prestigiosa como él.
CON DE NA DA.
Dos vidas. Dos hombres. Un
destino. Un hombre.
La confianza le había jugado una
mala pasada. A quién acudir ahora para zafar, no para comprobar la verdad. No remember. No réquiem.
Drogas. Nothing.
Insomne pasó por su cerebro el versículo: “Solo la verdad nos hará
libres…”.
Y dejó de respirar.
CUENTA REGRESIVA
Cinco. Cuatro.
Tres. Dos. Uno. Cero. Despejar ideas. Recuperarlas. Amontonarlas. Esteban, su
amor, su odio, su rencor. Flores amarillas (¿de desprecio?) A veces rojas.
Bombones. Caricias. El bar.
Las rejas. Cinco
de la tarde. El noticiero, casi un flash: “ Nuevos asaltos perpetrados por piratas del
asfalto”. Asesinado,
acribillado, Agustín Almeida. Aviso, cadáver y la novela. Espero y no llega.
Vibración en mi ser. Horas que pasan. Vacío. Nada.
Metales a las
seis. Ropa azul (no de cielo). Tú sin
nombre y con número: 77.777
a las seis de la tarde. Una hora. Y la vida.
La pipa. El
interrogatorio de aquel cuadriculado ¿doctor? Yo sin vos y vos sin mí.
Palabras. Solo palabras: Pirata. Drogas. Veinte años de cárcel. Y nada.
…………………..
Siete años
después. Lucas. Su colación. Uniformado. Te visita. Flamante egresado. El
viaje. La CIA, las ganas de venganza y la investigación de un hijo resignado a
recuperar a su padre.
Revisión de los
hechos. Tramo Córdoba- Deseado. Mercedes gris. Vos conduciendo en la carretera.
Te arrebatan. Te obligan. Subís al camión. Drogas. Tu auto. Vos. Lucas
continúa. Callado. Complotado. Como aquella banda de malhechores, con su banda
de justicieros. Un solo objetivo: ganar tu libertad. Abrazarte. Cenar con vos
una noche.
Ucraniana la
mujer. En español trabado aparece. Es testigo. Te libera. Te re-cu-pe-ran, te
deshilvanan. Te devuelven. En cinco minutos, a las cinco de la tarde, con cinco
palabras: “Él no fue,
lo vi”
CAPERUCITA
No me llames desgraciada. Aquella tarde me dejé
comer por el lobo. No era cualquier lobo. Era pequeño, lleno de ideales, poseso
de ganas de ser feliz en la vida y al igual que yo, había pertenecido a muchos
cuentos, mejor dicho, le habían hecho el cuento más de un par de veces.
No me llames
desgraciada por haber sentido su semen caliente emanando de aquel ser
dormitante, casi sin vida. Fue rápido, milimétrico, furioso. Lo hice feliz. Y
él me hizo feliz a mí. Pero claro como todo lobo, no pudo dejar su papel. Y
devoró. Claro que devoró. Qué te pensás. Me devoró el peor de los tesoros: la
ilusión de amar.
Lo vi partir
llamándome amiga, remera patito, cabello peinado, aerosol en sus axilas. Con su
calzoncillo y el jean en el asiento posterior. Con mentiras en sus labios. Con
la facilidad de haber aprendido él también a hacer el cuento.
Y en el cruce de
historias cada cual consumió su venganza. Como todas las venganzas. Las que
nunca debieran ser pero son.
El fue aquella
tarde, el devorador permitido. Yo fui, la mejor de las caperuzas, por la
osadía. A vos, a vos no te quedaba otro papel: celoso, para recobrar la presa,
volviste a mis brazos dando final a lo rojo y sellando lo pasional de esta
historia, que ya lleva siglos.
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Hoy como muchas mañanas, me levante de mal humor. Chinchuda,
dice mi mamá. Pero lo que no me gusta es ir al jardín a la mañana, más
ahora que es invierno, la casa parece una heladera y afuera en los techos de
los autos se ve la escarcha. Hasta el pasto brilla, como si fueran figuritas
con brillantina. Más frio te da cuando ves la escarcha. Todo porque no hay vacantes y por no tener una
tía directora, como Rosario. A ella sí le consiguió vacante a la tarde.
Lo bueno es que es el cumpleaños
de Ángel y seguro que lleva una torta,
que es una cancha de fútbol porque es lo que más le gusta. Abajo del
guardapolvo lleva la camiseta de boca que le regalaron hace poco. Angelito -le
dicen mis compañeros-, pero de angelito no tiene nada, pelea por todo, no le
hace caso a la seño y una vez hasta se escapó de la salita. Cuando le conté a
papá lo de la camiseta, me dijo: “es un bostero, fanático, como todos los
bosteros” y si quería que me compre la gloriosa, que es la de River y que yo no
la quiero, porque una nena con esa camiseta ¿Qué parece? Una machona.
Mamá dice que el pobre papá no
tiene hijo varón y que lo deje que me la compre, que con jean y zapatillas,
para andar en bici, estar en la casa o cuando vamos a verlo jugar, me queda
lindo.
Estoy terminando de tomar la
leche y mamá está enojada, porque no me
puse las zapatillas y no encuentra
la otra y encima me manche la remera por
agarrar mal la taza y ahora me la voy a tener que cambiar. -Que dejo todo
tirado, igual que mi padre-, dice, y que soy cochina, que no aprendo a comer
como una señorita. ¡Como grita mi mamá! ¿Será sorda? No, seguro que está muy
nerviosa.
Mi abuela Marina que todo lo sabe
explicar, me dijo que mamá esta estresada, que es cuando por tanto pensar, la
cabeza te está a punto de explotar y el cuerpo se te cansa. Dice que las cosas
de la casa, los trabajos prácticos de la universidad y mi papi que la hace
renegar y yo, es mucho para ella, la pobre. Y que mejor yo termine la
universidad antes de ponerme a tener hijos y que elija bien a mi marido porque
una vez que elegís, no podés cambiarlo. Que mejor es disfrutar hasta que tengas
los treinta años.
Cuando yo tenga treinta voy a
tener mi casa y voy a hacer lo que quiera, y voy a estar descalza y sin
peinarme. Quiero tener una cama grande, comer acostada mirando la tele. Voy a
dejar entrar a mi casa al que yo quiera, no como mi mamá que la deja entrar a
la tía Claudia -que es una tonta-, dice ella. Que se cree no se que, por qué el
tío trabaja en el petróleo y gana mucha,
pero mucha plata. Tienen un auto nuevo de esos que son largos como los de las
revistas de mi papá, el plasma gigante que se ve como en el cine y unos sillones
grandotes, que estas re cómoda cuando te sentás. Encima que la trae a Lucia,
que siempre se peina y todos le dicen que es linda, pero tan linda no es. Todos
me dicen que aprenda, que buena que es y que obediente. Pero tan buena no es
porque el celular con jueguitos y música que tiene no lo comparte. Ni un rato
me lo presta. Para el cumpleaños, en el pelotero, solo jugaba con las de su
colegio -que es privado-,
dice. Y a mí no me elegía nunca parara el karaoke. Por suerte que mi mamá le
dijo y una canción me dejó.
Sigue gritando mi mamá y ahora
viene la Tráfic y me voy al jardín. Yo también debo estar estresada como mi
mamá,
porque la cabeza parece que me va a explotar y tengo ganas de gritar para que
se me salga lo que me aprieta en la garganta. No me aguanto a mi mamá gritando.
Lo que tampoco me aguanto es a mi
papá que no está nunca y que cuando viene me habla como a chiquitita, me da
besos y abrazos; y yo ya soy grande. Peor cuando me lleva al partido y los
amigos me pellizcan los cachetes y tienen olor a la crema que se ponen para los
calambres, que dice mi abuela que también se la ponen a los caballos. Y los
compañeros de papi, se gritan dale no seas caballo, bestia y otras cosas que
una nena de mi edad no puede repetir. Lo malo que papá se queda mucho rato
tomando cerveza y después está cansado para ir a la plaza, dice “ya jugaste”,
entonces nos vamos a casa o a la casa de su mamá, que es mi abuela, que nos
hace algo rico de comer, para que mamá no tenga que cocinar. Se ríen cuando
dicen eso y otras cosas de mami, pero no entiendo por qué Igual cada vez que mi
papá juega al futbol mi mamá se enoja, si toma cerveza más todavía se enoja y
si vamos a lo de la abuela (la mamá de mi papá) se pone furiosa y a veces llora
y grita cosas que yo no escucho porque me pongo a ver los dibujos en su cama,
con el volumen alto. A veces viene y me abraza fuerte y llora y yo no escucho
lo que dice Bob esponja, le acaricio el pelo, pero no se le pasa. Más, si mi
papá en vez se dormir un rato en el sillón o en mi cama, hasta que se le pase
un poco y le diga: -“gordito vení a dormir, no quiero pelear más”, se va de nuevo. Y vuelve no sé cuándo, que yo
ya estoy dormida.
Pero peor es si mi mami se enoja conmigo
porque tengo olor a perro, a cola o tengo muchos moretones en las piernas. Yo
tengo las piernas feas, dice ella, porque estoy llena de golpes y cáscaras, que
se me hacen cuando ando en bici o me caigo ¡Y eso que la bici todavía tiene
rueditas!
La gente grande dice que cuando
sos chico es la mejor edad, porque no tenes tenés problemas
y nada más tenés que jugar –disfrutá-. “Disfrutá”,
dicen. Pero yo tengo problemas, estoy enojada, no como otras veces que estoy re
triste, lloro y no sé por qué. Entonces viene algún grande, me abraza y ya
se me pasa. No, estoy enojada conmigo porque soy machona, caprichosa, y cochina.
A veces me gustaría morirme. Si, lo
estoy pensando muy bien. Me dijeron que las manzanas verdes te hacen re mal,
que te ponen dura la panza y te morís o si comes mucho y te pones patas para
arriba se te va la sangre a la cabeza y también ¡pufa! Parás las patas, que ya
te quedan para arriba. Pensé en comer las mandarinas calientes sacadas del
árbol, que te empachan y ahí nomas colgarme cabeza debajo de una rama. Ah! Ahí
también, cuando hago esas pruebas, las piernas se me raspan todas. Hasta la
panza me raspé, por subirme a un árbol y después no saber bajar. Toda la panza
me quedó con rayas y encima yo me sacaba las cascaras y mi mamá me decía: te va
a quedar la marca. Cuando seas grande no te vas a poder poner biquini”. Por eso
no quiero vivir más, yo no aguanto hasta
los treinta. ¿Y si llego a esa edad y en la universidad no me enseñan a elegir
un marido? y me equivoco y después no puedo cambiarlo ¿Qué hago? ¡Eh!
Bueno ahora me voy al jardín,
ojala la torta tenga confites y haya bolsitas para traerme. Cuando vuelva, si
mi mamá sigue estresada y yo también o encima me aburro mucho con mis
compañeras, que no quieren jugar conmigo
porque soy bruta; vengo a casa y hago como la señora de la tele que tomó muchas
pastillas y se murió. ¡También voy a salir en una foto en la tele!. Pero no con
una foto de muerta en el cajón, blanquito que nos ponen a los nenes cuando
morimos chiquitos. Me dijeron en la iglesia que somos angelitos y que en el
norte, donde nació mi abuelo, se hace una fiesta si se muere un niño, que se
llama la fiesta del angelito.
¡No! La foto es la más linda que tenés de
antes de morir. Yo tengo fotos súper lindas, porque mi mamá dice que salgo
hermosa. Por eso no tengo que preocuparme.
La Puerta Cerrada
Encendió el fuego de la antigua
cocina económica, que ya era vieja cuando
su madre se la regalo. Acomodó en la mesada su tasa preferida. Destapo
las dos hornallas necesarias para el ritual matutino, una para el gran jarro y
otra para la cafetera de loza azul con
pintas blancas, impecable, virgen de cachaduras, su última adquisición.
Prendió la radio, recordó que las
pilas se estaban acabando, que los escases en el mercado hacia que el precio le
fuera inaccesible, pero decidió que no era un tema para distraerse.
Ya entibiada el agua, cuando se
lavaba el rostro frente al espejo, una noticia empezó a subirle por la espalda,
una dirección conocida, un hombre público detenido. El misterio que se debelaba
en su cabeza, la puerta siempre cerrada, el olor nauseabundo disimulado con
desinfectante y las colonias finas que él elegía para ella. Paralizada escucho
sobre, un tesoro en monedas de oro, joyas y valores, el cadáver de una anciana. Sin conocerla, sin
haber oído hablar de ella pudo imaginar ese rostro de porcelana cuya tersura
reafirmaba el rigor mortis, sus ojos verdes bien abiertos, la mueca de
placer por el deber cumplido, una vez
más el mandato de Medea, adueñarse de la vida de los hijos. Revancha? Venganza? Amor de madre?, se
pregunto.
Se seco, sintió el aroma del jabón de coco de su toalla, siguió
con sus manos los contornos de su cara amarillenta, las líneas de su cuello,
apenas perceptibles las sinuosas curvas de sus senos, su cintura, su cadera.
Cubrió la enagua de satén, con la
sarga del gastado uniforme; se levanto
el pelo en la metamorfosis cotidiana de atraparlo, de ceñirlo, de
obligarlo a negar la sensualidad que se empeñaba en devolverle con cada mechón
que se escapaba.
Siguió escuchando la noticia,
lista para su te, el trozo de pan tostado, la exactitud de cada movimiento, el
enjuagar la taza y dejarla sobre el repasador con la promesa de guardarla a su
regreso, no sin antes repasarla; la escalera, la media cuadra hasta la
parada y la profunda sensación de éxito
al oír la campanilla del tranvía, que indicaba la llegada a la meta.
Lo había visto pasar veinticinco
veces frente a la oficina, sus ojos tras los lentes lo habían espiado sin
despertar sospechas, aun cuando seis de las veinticinco había dejado la máquina
de escribir deslizándose hacia la puerta, para sobre sus tacos, extender sus
piernas flacuchentas simulando acomodar un algún pliegue de la cortina o quitar
alguna mancha del vidrio. Sabía que trabajaba en el banco, que el gris de su
traje y su pelo, reflejaban la exacta rutina de su vida. Estos últimos cabos
los ato en sus charlas casuales, en las primeras citas con Natalio en casas de
té. En las largas caminatas con el Sr. Ruiz, como insistía en llamarlo aún
después de compartir la intimidad.
Sentada en el tranvía como tantas
veces, ella se transportaba, evaluaba
sus logros, recreaba sus fantasías, tamizaba sus experiencias, intentando
deshacerse de las realidades amargas, los limites inamovibles, de las
vejaciones.
Por suerte, se decía, su historia
de amor con Natalio, solo era de ambos, la sombra en que acordaban mantenerla
amenazaba la pureza de la relación, pero los protegía de presiones externas.
Zunilda pensaba que si en su
adolescencia había sufrido el oprobio de que en su propio trabajo y como parte
del cumplimiento de sus deberes como empleada domestica, había concebido una
hija ilegitima, que no llevaría el apellido de su padre biológico, respetable hombre de familia, sino el del
padre de ella, no tan respetable. Que si eso la había catapultado a la ciudad,
otorgándole el privilegio de la oficina, de la pieza propia en el
inquilinato, el sueldo que cubría los gastos del colegio de la pequeña, los útiles,
el uniforme, sus viajes a verla, las pequeñas excursiones juntas; no había
razón para pagar nuevos prediales, ni correr nuevos riesgos.
Encontraba en Natalio sus recreos
corporales, como en su espejo se sentía
sensual, reía frente a él, un poco sola, festejando sus permisos. Por eso
cuando escucho la noticia, el alcance de nombre y apellido, el frío le congelo
cada vertebra, pero no la distrajo de su ritual matutino.
La Peor de Todas.
MI CUENTO
La tarde estaba esplendida, el otoño empezaba a teñir las hojas de los álamos de mil tonos de amarillo y ocre. De reojo por la ventana del comedor podía ver el prado e imaginar la brisa cálida sobre mi rostro, mientras Rosemary me ayudaba a doblar los manteles, la tía Elisabeth elegía la vajilla que usaríamos en la recepción de la tarde; “cada detalle tiene que ser previsto” decía y repetía entre suspiros, ella era la experta en esas cuestiones, compromisos, bodas, recepciones, simples cortejos. Los peinados, los zapatos, los guantes, el grado de sencillez u opulencia del vestido. Rizos, moños, encajes, todo debía tener su medida exacta y concordar con las sonrisas, los gestos, el movimiento de los ojos. A mis catorce años eso tenía que importarme, o por lo menos inquietarme, como a Rosemary, a la que se veía entusiasmada con la visita del codiciado pretendiente de su hermana. Ana Julia ya había cumplido dieciséis, y su salud endeble la había retrasado en estos trámites, la neumonía del último invierno había pospuesto la visita del vizconde a la comarca, pero había aumentado su belleza, decía la tía. La palidez, el brillo melancólico de sus ojos, su delgadez -que la hacía dúctil a los modernos corset traídos de Paris- la favorecía. “El aspecto frágil de una mujer la asemeja al cristal, a la porcelana fina”, disertaba la tía, “despierta en un hombre, que se precie de serlo, el anhelo de protección y dominio, necesario para un matrimonio duradero”.
La tarde estaba esplendida, el otoño empezaba a teñir las hojas de los álamos de mil tonos de amarillo y ocre. De reojo por la ventana del comedor podía ver el prado e imaginar la brisa cálida sobre mi rostro, mientras Rosemary me ayudaba a doblar los manteles, la tía Elisabeth elegía la vajilla que usaríamos en la recepción de la tarde; “cada detalle tiene que ser previsto” decía y repetía entre suspiros, ella era la experta en esas cuestiones, compromisos, bodas, recepciones, simples cortejos. Los peinados, los zapatos, los guantes, el grado de sencillez u opulencia del vestido. Rizos, moños, encajes, todo debía tener su medida exacta y concordar con las sonrisas, los gestos, el movimiento de los ojos. A mis catorce años eso tenía que importarme, o por lo menos inquietarme, como a Rosemary, a la que se veía entusiasmada con la visita del codiciado pretendiente de su hermana. Ana Julia ya había cumplido dieciséis, y su salud endeble la había retrasado en estos trámites, la neumonía del último invierno había pospuesto la visita del vizconde a la comarca, pero había aumentado su belleza, decía la tía. La palidez, el brillo melancólico de sus ojos, su delgadez -que la hacía dúctil a los modernos corset traídos de Paris- la favorecía. “El aspecto frágil de una mujer la asemeja al cristal, a la porcelana fina”, disertaba la tía, “despierta en un hombre, que se precie de serlo, el anhelo de protección y dominio, necesario para un matrimonio duradero”.
Yo pensaba en
la tarde que se escurría entre mis dedos, torpes para doblar las servilletas,
me imaginaba ya en el establo, eligiendo mi caballo, convenciendo a papá de
salir sin compañía, me molestaba tanto mi hermano, como mi primo, la torpeza,
la cesación de control, los comentarios peyorativos, la verdad es que ambos
envidiaban de mi habilidad para montar y
la preferencia que los animales mostraban cuando yo los trataba. El ser
huérfana de madre tenía sus ventajas, también me favorecía que la jerarquía de
mi padre en la familia hacia que mi dote fuera poco sólida y que mi turno para
los festejos y candidatos se iba a retrasar. Eso le daba espacio a para mis
excursiones al bosque y otra de mis pasiones; leer, escribir poesías. La
marquesa era mi madrina y eso me permitía perfeccionarme en ese arte, mi tía no
lo consentía y tenia largas discusiones con papá que más de una vez quedó
atragantado y prefirió retirarse de la mesa. La frase más difícil de digerir
para él era “las mujeres que escriben piensan cosas que no tienen que pensar,
el diablo aprovecha a envenenar sus
espíritus, piensa en mí adorada
hermana, que murió para darle vida, no
permitas que se pierda su alma”. Yo sentía un fuego que invadía mi cuerpo y se
escapaba por mis ojos que intentaba
entornar para no empeorar las cosas. “Mira la marquesa”, seguía la ella,
“siempre rodeada de hombres, no me gusta decirlo pero cualquiera puede
considerarla mujer de vida alegre”.
Mi padre me
consentía, no podía negarse a mis pedidos, yo odiaba que la tía lo torturara,
el verlo tan indefenso ante sus argumentos despertaba en mi una hostilidad
inmanejable, llegué a pensar que se trataba de una fuerza sobrenatural. Aún así
no iba a renunciar a lo único que alegraba mi vida, mi alma; aunque fueran las
fuerzas del infierno las que me encendían cuando revisaba los libros
prohibidos, y me perdía en las extrañas imágenes del Dante o cuando seguía con
atención las historias de amores y odios de los dioses griegos o cuando
cabalgaba sin rumbo y a pelo los mejores caballos de la cuadra, adentrándome en
el bosque, poblado de los más extraños y marginales personajes. Yo nada sabía
de pasiones y muy poco del infierno, lo único real para mí era el enorme placer
que me daba el saciar mi curiosidad, mi sed de emociones, que a nadie
perjudicaban si yo cumplía con mis deberes cotidianos y aprendía también todo
lo que una señorita de la nobleza debía saber. Si algo había aprendido era a
callar, a ocultar, a simular, la tía -pensaba yo- tenía que haber estado orgullosa de mí pero nada la conformaba cuando se trataba de
celar nuestra salvación eterna.
Me escurrí,
antes de que me retuvieran para retocar mis bucles y probarme el vestido, monte
el caballo y evadí a todos mis cuidadores, el viento me acariciaba las
mejillas, todo estaba bien para mí, un par de horas de libertad era todo lo que
anhelaba.
Comencé a adentrarme
en el bosque, me sentía plena, cabalgué, troté, observé un movimiento detrás de
los arboles, caminé un tramo. Espié intentando no ser descubierta, pude ver una
hoguera pequeña y una joven que revolvía un hatillo, buscaba entre la ropa
arrugada, separaba algunos frascos, pequeñas bolsas, algunos vegetales, por
último apartó un jarro y se dirigió al
río. Me aseguré de que no tenía otra compañía y me acerqué, tratando de no
asustarla. Ella se sobresaltó al verme, pero lo disimuló, me saludo en tono
amable, había cierta desconfianza en su vos. Quede anonadada al ver su rostro,
su sencillo vestido de aldeana, entre en un éxtasis extraño, sentí que la
conocía desde siempre, como a una madre, como a una hermana, como a un alma
gemela. Ella se cercioró sutilmente que viniera sola y me invito a
acompañarla al arrollo a buscar agua para cocinar. Todo
lo que pasó después fue como un trance, una ensoñación. Me dijo que se
llamaba Gretel, comenzó a hablar de su vida, nos sentimos muy cerca
considerando que las dos éramos huérfanas de madre, ella tenía una madrastra y
un padre ausente o quizás solo era débil como el mío, le conté de la tía
Elisabeth, discutimos si era mejor ser abandonada en el bosque o sufrir el
control y la sobreprotección constante. Reíamos, por momentos, de nuestras
tragedias pero Gretel se quedó muy sería cuando le pregunté por su hermano
Hansel, me pregunto sorprendida cómo lo conocía, le dije que su historia casi
era una leyenda que la gente repetía, pero no me atreví a decirle que se había
convertido en un cuento infantil que los adultos nos repetían
hasta el cansancio. Ella empezó a contar
cuando los abandonaron, justificando a su padre y pensando que no había sido
intencional, que ellos se adentraron en el bosque. Describió con detalle cuando
conocieron a Madame François, porque
así llamaba a la bruja. Me contó que fue la persona que cambió su vida, que le
enseñó los secretos del bosque, las hierbas curativas, la sabiduría de las
abuelas y el arte de traer a los niños al mundo. Después también supe que había
formas de evitar que vinieran. Me comentó de la dulzura con que la trataba y
todas las hermosas experiencias que compartió, en todos los años que vivieron
juntas. Yo no sabía cómo indagar sobre su hermano, sobre la jaula, sobre la muerte
de la señora en su propio horno. Ella en su relato, comentó que Hansel, no
comprendía la sabiduría de Madame,
que de encerraba en sí mismo, que nunca expresaba sus sentimientos a no ser
cuando se dejaba embargar por la culpa de no poder ser el hijo que papá soñaba.
Hablamos, comimos, tomamos unos
brebajes que Gretel preparó, caminamos entre los árboles, nos sorprendió la
lluvia en plena noche, yo perdí la noción del tiempo, de mi obligación de
regresar a casa. Llegamos a un refugio, las brasas de la hoguera todavía
ardían, atizamos el fuego y secamos nuestra ropa, cepillamos mutuamente
nuestros cabellos, hablábamos, reíamos como dos niñas, aun no teníamos sueño,
yo me sentía feliz deseaba que ese momento mágico no terminara. De pronto el
clima cambio, volvimos al clima confidente, ella en tono de confesión me hablo
del accidente donde murieron su padre su hermano, de la culpa que la embargaba,
por sobrevivir a su hermano, el primogénito, el que tenía todos los permisos,
el que llevaría el apellido a la progenie, “si hubiera regresado con él, como me lo pidió, para empezar una nueva vida
con mi padre, si lo hubiera convencido de seguirme a mi aventura de seguir mis
sueños de alcanzar a Madame y sumarnos a las filas francesas para recuperar la corona, seguir a Juana. Él se
había sentido tentado a acompañarnos, pero prefirió la obediencia y ahora está
muerto y yo no”. Para cuando termino de hablar mi querida Gretel estaba
desconsolada, nos abrazábamos yo trataba de fortalecerla pero todo lo que hacía
era llorar, contar entre sollozos, como había perdido en el lapso de dos meses
a los tres únicos seres que fueron su familia.
No recuerdo el orden del relato, me sentía impotente ante
tanta injusticia, igual que cuando la tía hería a papá con sus discursos,
tantas mentiras sobre las brujas, sobre los peligros, sobre la fuerzas del mal,
envenenando el alma de los niños; pero ahí no termino la historia del horror,
Gretel se sobrepuso, seco sus lagrimas con su enagua y me dijo “querida amiga
no es tiempo para debilidades, ya llegue muy lejos, ya elegí mi destino, te lo
diré sin llantos, Madame -se le
quebró la voz- mi amada Madame François está muerta, fue acusada de brujería,
los inquisidores la culparon de herejía, la torturaron, la obligaron a
confesar, me lo dijeron las abuelas del bosque, las mismas que me dieron su
bendición y la fuerza para estar aquí a
medio camino, acarreando mi dolor, apoyándome en él”. Me hablo de Juana, Juana
de Francia, Juana de Arco, como la conocemos ahora. Me conto que era una joven llena de valor que con diecisiete años,
desafió las tradiciones de las mujeres campesinas y se unió al ejército
enfrentando el asedio de los ingleses. “Juana la santa doncella -me decía,
eufórica entre gritos, loores y carcajadas-
guerrera, fervorosa, fuerte, enviada por Dios para la salvación del
reino”. Relatando con mil detalles las experiencias sagradas y las voces de
Santa Margarita y Santa Catalina que la
guiaban en sus empresas.
Mi padre me encontró tres días
después, desmayada cerca del refugio, mi caballo salió a su encuentro. Aun
recuerdo su cara, la mezcla de dolor y alegría al descubrir que vivía, me
abrazo como nunca lo había hecho. Después vino la fiebre, los temblores, mi
cuerpo era una sola convulsión, días y días delirando o durmiendo extenuada. Me
prohibieron el sol, la luz, las
cabalgatas. Yo esperaba una señal que me guiará, le rogué a Santa Margarita su
amparo, una aparición, una palabra, pero nunca ocurrió. Gracias a Rosemary
podía acercarme a la ventana a escondidas y ver el prado. Ya era primavera,
cuando le rogué que me dejara escribir lo que me había pasado en forma de
poesía, yo sentía que eso me aliviaba, pude hacerlo al principio con esfuerzos,
después entré en una compulsión, como si
las palabras y las imágenes, se me impusieran, fluyeran, me invadieran. Por
suerte mi prima escondió esos escritos, porque volvieron las fiebres y con ella
llegaron los sacerdotes con sus exorcismos, los médicos con sus sangrías y
cataplasmas, con más aislamiento y oscuridad. Yo pedía ver a mi madrina, la
marquesa, quería contarle, quería que me explicara, quería escribir. Me
preguntaba si me había abandonado, pero en el fondo sabía que era tía Elizabeth
la nos separaba. Me sentía morir. Por momentos entraba en una quietud extrema,
como si no existiera, los escuchaba y los veía, pero no entendía que decían.
Los abrazos de papá y la risa de Rosemary eran un bálsamo a mi cuerpo dolorido.
Siempre me pregunte que hubiera sido de mí si
hubieran descubierto mis escritos.
La primavera siguiente, mi alma
empezó a brotar con la llegada de Marcel a mi vida, un joven artesano, al que
le permitieron cortejarme. Sus visitas, las charlas, los largos paseos por el
jardín, el amor con que aprendía y transmitía su arte, sus ideas sobre
agremiarse, devolvieron poco a poco color de mis mejillas, fuerza a mis a mis músculos, luz a mi mirada y la sonrisa a mis labios.
Pasados los meses nos descubrimos riendo a carcajadas, ese día decidí casarme.
Tengo veintitrés años, la edad
que tenia Gretel cuando la conocí, la edad de mi madre cuando me dio a luz.
Llevo en mi vientre nuestro tercer hijo, no he sido buena para parir, los
médicos temen por mi vida. Aun cuando vivimos en la ciudad le pedí a Marcel que
se adentrará en el bosque, que busque a las abuelas, ellas saben de
nacimientos; además tengo la esperanza de que Gretel haya regresado después de
la muerte de Juana, que haya podido sobreponerse a tanto dolor, a tanta
mentira, a tanta injusticia. Me gusta imaginarla en la casa de Madame François, en su casa, ejerciendo su arte de curar. He
decidido vivir, deseo que la criatura que llevo en mi seno sea una niña. Le
pedí a Marcel nombrarla Juana. Sueño con verla crecer, con cabalgar con ella, con contarle al oído
en forma de canciones y poesías, la historia de Perséfone, los secretos de las
pasiones irracionales.
En la mitología griega, Perséfone
(en griego antiguo Περσεφόνη Persephónē, ‘la que lleva la muerte’) es hija de
Zeus y de Deméter (ἡ Μητὴρ hê Mêtềr, ‘la madre’). La joven doncella, llamada
hasta entonces Core (Κόρη, ‘hija’), es raptada por Hades convirtiéndose en la
reina del Inframundo.
Perséfone es su nombre en la
literatura épica de la Grecia jónica. En otros dialectos era conocida por otros
nombres, como Persephassa o Persephatta. Homero la llama Persephoneia
(Περσεφόνεια). Los romanos tuvieron noticia de ella por primera vez a través de
las ciudades eólicas y dóricas de la Magna Grecia, donde usaban la variante
dialéctica Proserpina.
De ahí que en la mitología romana
fuese llamada Proserpina, y como tal llegase a convertirse en un personaje
emblemático del Renacimiento.Contenido [ocultar]
1 Visión general
2 El mito del rapto
2.1 El rapto según la Enciclopedia
Británica
3 Investigaciones modernas sobre
Perséfone
3.1 ¿Perséfone anterior a Grecia?
3.2 Vida, muerte y resurrección
4 Consortes y descendencia
5 Véase también
6 Notas
7 Bibliografía
8 Enlaces externos
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Visión general
La figura de Perséfone es
actualmente muy conocida. Su historia tiene un gran poder emocional: una
doncella inocente, el dolor de una madre por el rapto y el regreso de su hija.
También es citada con frecuencia como un paradigma de los mitos que explican
procesos naturales, con el descenso y el regreso de la diosa provocando el
cambio de estación.
Pero los griegos también conocían
otra faceta de Perséfone. Ella era además la terrible Reina de los muertos,
cuyo nombre no era seguro pronunciar en voz alta y a la que se referían como
«La Doncella». En la Odisea, cuando Odiseo viaja al Inframundo, alude a ella
como «Reina de Hierro». Su mito central, aún con toda su familiaridad emotiva,
era también el contexto tácito de los extraños ritos iniciáticos secretos de
regeneración de los misterios eleusinos, que prometían la inmortalidad a
sobrecogidos participantes: una inmortalidad en el mundo subterráneo de
Perséfone, en un banquete con los héroes bajo su pavorosa mirada.1
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El mito del rapto
Rapto de Proserpina de Rembrandt.
En el panteón olímpico se le da
un padre a Perséfone: según la Teogonía de Hesíodo era hija de Zeus y Deméter:
Y él [Zeus] fue a la cama de la
abundante Démeter, quien concibió a Perséfone, la de blancos brazos, robada por
Hades del lado de su madre.
Sin embargo, Perséfone no tenía
una posición estable en el Olimpo. Solía vivir muy lejos de los demás dioses,
siendo una diosa de la naturaleza anterior a plantar semillas y cultivar
plantas. En la tradición olímpica fue cortejada por los dioses Hermes, Ares,
Apolo y Hefesto, pero ella rechazó todos sus regalos y alejó a su hija de la
compañía de los dioses. Así, llevaba una vida pacífica hasta que se convirtió
en la diosa del inframundo, lo que, según los mitógrafos olímpicos, no sucedió
hasta que Hades la raptó y la llevó allí con él. Perséfone estaba cogiendo
flores inocentemente con algunas ninfas (y Atenea y Artemisa, según el himno
homérico, o Leucipe, o algunas Oceánides) en un campo en Enna cuando Hades apareció,
emergiendo de una grieta del suelo. Las ninfas fueron transformadas en las
Sirenas por no haber intervenido. La vida quedó paralizada mientras la desolada
Deméter (diosa de la Tierra) buscaba por todas partes a su hija perdida.
Helios, el sol, que todo lo ve, terminó por contarle lo que había pasado.
Finalmente, Zeus no pudo aguantar
más la agonía de la tierra y obligó a Hades a devolver a Perséfone, enviando a
Hermes para rescatarla. La única condición que se puso para liberar a Perséfone
fue que no probase bocado en todo el trayecto, pero Hades la engañó para que
comiese seis (o cuatro, según las fuentes) semillas de granada, que la
obligaban a volver cada año un mes por cada semilla. En algunas versiones,
Ascálafo contaba a los demás dioses que Perséfone se había comido
voluntariamente las semillas de granada. Cuando Deméter y su hija estaban
juntas, la tierra florecía de vegetación. Pero durante seis meses al año,
cuando Perséfone volvía a los infiernos, la tierra se convertía de nuevo en un erial
estéril. Fue durante su viaje para rescatar a Perséfone del inframundo cuando
Deméter reveló los misterios eleusinos. En una versión alternativa, Hécate
rescató a Perséfone. En la versión más antigua la temible diosa Perséfone era
la propia Reina del Inframundo.2
En algunas versiones Deméter
prohíbe a la tierra dar frutos, en otras está tan ocupada buscando a Perséfone
que no se ocupa de ella, y en algunas la profundidad de su desesperación hace
que nada crezca.
El número de semillas comido por
Perséfone cambia también de unas versiones a otras, a menudo en relación con la
duración del invierno en la zona de procedencia de la historia.
Este mito puede ser interpretado
también como una alegoría de los rituales matrimoniales de los antiguos
griegos, que sentían que el matrimonio era una especie de rapto de la novia de
su familia por parte del novio, y este mito puede haber explicado los orígenes
del ritual del matrimonio. La más popular explicación etiológica de las
estaciones puede haber sido una interpretación posterior.
Perséfone, como reina del Hades,
sólo mostró clemencia una vez. Debido a que la música de Orfeo era tan
arrebatadoramente triste, permitió que éste se llevase a su esposa, Eurídice,
de vuelta al mundo de los vivos con la condición de que ella caminase tras él y
él nunca intentase mirarla a la cara hasta que estuviesen en la superficie.
Orfeo accedió pero falló, al mirar atrás casi al final para asegurarse de que
su esposa le seguía, y perdió a Eurídice para siempre.
Perséfone también figura en la
historia de Adonis, el consorte sirio de Afrodita. Cuando Adonis nació,
Afrodita lo tomó bajo su protección y fue hechizada por su belleza
sobrenatural. Afrodita se lo dio a Perséfone para que lo cuidara, pero ésta
también quedó asombrada por su belleza y rehusó devolvérselo. La discusión
entre las dos diosas fue resuelta por Zeus o Calíope, quien decidió que Adonis
pasase cuatro meses con Afrodita, cuatro con Perséfone y los cuatro restantes
del año solo.
Cuando Hades persiguió a una
ninfa llamada Mente, Perséfone la convirtió en una planta de menta.
Perséfone era el objeto del
cariño de Pirítoo. Su amigo Teseo y él prometieron casarse con sendas hijas de
Zeus. Teseo escogió a Helena, la secuestró con la ayuda de Pirítoo y decidió
retenerla hasta que tuviese la edad de casarse. Dejaron a Helena con la madre
de Teseo, Etra, y viajaron al inframundo, reino de la elegida de Pirítoo,
Perséfone, y del marido de ésta, Hades, quien fingió ofrecerles hospitalidad y
preparó un banquete. Tan pronto como la pareja se sentó, las serpientes se
enroscaron en torno a sus pies, atrapándolos. Teseo fue finalmente rescatado
por Heracles.
Era frecuente referirse a
Perséfone y su madre Deméter como aspectos de la misma diosa, y eran llamadas
«las Deméters» o simplemente «las diosas». La historia del rapto de Perséfone
era parte de los ritos de iniciación en los misterios eleusinos.
[editar]
El rapto según la Enciclopedia
Británica
La versión del mito que aparece
en la Enciclopedia Británica de 1911 es la siguiente:
Mientras estaba recogiendo flores
con sus compañeras en un prado, la tierra se abrió y Plutón, dios de los
muertos, apareció y se la llevó para que fuese su reina en el inframundo. [...]
Antorcha en mano, su afligida madre la buscó por todo el mundo, y al no
encontrarla prohibió a la tierra seguir creciendo. Así todo aquel año no creció
una sola brizna de hierba, y los hombres habrían muerto de hambre si Zeus no
hubiese persuadido a Plutón de que dejase marchar a Proserpina. Pero antes de
permitirle marchar Plutón le hizo comer la semilla de una granada, y que así no
pudiese permanecer alejada para siempre. Por esto fue acordado que pasaría dos
tercios (según autores posteriores, un tercio) de cada año con su madre y los
dioses del cielo, y el resto del año con Plutón bajo la tierra. [...] Como
esposa de Plutón mandaba a espectro, gobernaba a los fantasmas y llevaba a cabo
las maldiciones de los hombres.
Cuando Perséfone vuelve con su
marido al infierno es cuando las hojas se caen y cuando no da frutos es cuando
Démeter se desespera, el otoño, y cuando Perséfone vuelve a la tierra en
Primavera es cuando las flores florecen y la tierra se vuelve fértil de nuevo,
dado a la alegría de su madre, Démeter.
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Investigaciones modernas sobre
Perséfone
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¿Perséfone anterior a Grecia?
Muchos investigadores modernos
han argumentado que el culto a Perséfone fue una continuación de la adoración
que ya se le profesaba en el Neolítico o en la civilización minoica. Entre los
clasicistas, esta tesis ha sido defendida por Günter Zuntz.3 y cautamente
incluida por Walter Burkert en su definitivo libro La religión griega.
Con mayor atrevimiento, el
mitólogo Károly Kerényi ha identificado a Perséfone con la anónima «señora del
laberinto» de Cnosos.
Por otra parte, la hipótesis de
un culto universal a la Madre Tierra ha estado bajo creciente crítica en los
últimos años. Para saber más sobre esta controversia, vea el artículo Diosa
Madre.
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Vida, muerte y resurrección
- ALEGRE, BLANCA
Blanca maría Alegre nació el trece de febrero de 1963, en Morón Buenos Aires, donde vivió durante su infancia y juventud. Es Trabajadora Social graduada en la Universidad de Morón, psicodramatista, amante del teatro, ávida lectora y una iniciada en el arte de escribir. Hace más de 20 años se radicó en la Patagonia, desde entonces trabaja con grupos e instituciones, participando y promoviendo de procesos artísticos, culturales y de acción comunitaria. La capacitación e investigación constante en temáticas de género y su curiosidad literaria, la llevaron a encontrarse con la obra de Alfonsina Storni, a quien admira como representante del movimiento feminista en la argentina. Investigó el pensamiento de otras escritoras latinoamericanas contemporáneas, ahondando en las ideas y aportes que aún hoy perduran, en cuanto a sistema de ideas.
En 2006 comenzó a escribir
poesía, en lo que ella denomina el registro de un proceso de curación
transgeneracional, en 2009 obtuvo el tercer premio en poesía en el Certamen de
Poesía y Cuento corto, otorgado por la Comisión de amigos de la biblioteca Aime
Paine y la Asociación Plumas al Viento. Este año incursiona en la narrativa a
través del cuento. Cree en la cultura y
el arte en todas sus expresiones, como un medio liberador para trabajar en la
defensa de los derechos humanos y la salud mental.
- DIAZ, VIVIANA
Escritora. Autora de numerosos textos literarios y no literarios algunos aún inéditos. Actualmente se encuentra presentando la trilogía de su autoría iniciada con “Indefectiblemente” (Lírica– 2007), “Mi vida sin Ti” (Lírica 2010) y “Continuidad del Ser” (Narrativa 2011).Investigadora de hechos sociales, periodista independiente. Locutora Radial. Coordina talleres de lectoescritura de su autoría desde el año 1990. Es Profesora en Letras. Ejerce la docencia desde el año 1984.
- PAREDES, NANCY
Cuentista. Publicó su primer
cuento en una antología en el año 2010 en la que debutó incursionando en la
literatura fantástica. Actualmente se encuentra trabajando en su obra “Lo que
parece ser”, cuentos breves en los que relata sucesos cotidianos embriagándolos
de misterio .También en “Mirándome”, recopilación de poesías escritas desde 1985 a la actualidad. Es
periodista desde hace poco tiempo escribiendo noticias para el portal de Koluel Kaike.
- SANCHEZ, ANGELICA
Escritora. Narradora oral. Guionista. Autora de “Historias sonoras”, “Historias que trajo el viento” (inédito). Autora de “El camino”, “La psiquiatra” y “Los gatos”, trilogía grandilocuente de Cortometrajes patagónicos en los que engalana el misterio y lo policial. Dibujante. Colaboradora en diversas manifestaciones artísticas. Locutora radial. Conduce conjuntamente con Viviana Díaz el ciclo cultural denominado “Acompañame” desde el año 2010. Actualmente se encuentra trabajando en la confección del primer texto de astrología patagónica y guiones para cine. Periodista independiente.
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